Hasta los 29 años Alberto no supo que tenía Síndrome de Asperger. Él y su familia siempre habían notado que era diferente, pero nadie le había puesto nombre a las dificultades que encontraba para relacionarse con los demás y encontrar su sitio. El diagnóstico le abrió muchas puertas -pudo buscar un tratamiento, adquirir el certificado de discapacidad, reengancharse al mundo laboral y encontrar apoyo en una asociación de personas a las que les ocurría lo mismo-, pero la mejor ayuda fue él mismo: su convencimiento de que podía salir adelante potenciando sus capacidades. Hoy, con 31 años "para 32", no solo tiene un trabajo; es feliz.

Alberto se conoce tanto a sí mismo que no tiene ningún problema en explicar en qué consiste la patología que padece. "El síndrome de Asperger es un trastorno del espectro autista: tiene algunas cosas ligadas al autismo clásico, pero otras no. Las personas con Asperger tienen la capacidad de comunicarse con sus semejantes, algo que generalmente los autistas no hacen. Sin embargo, también tienen una dificultad que comparten tanto unos como otros, la dificultad para entablar relaciones. Ocurre desde muy temprana edad, pero también a lo largo de toda la vida", cuenta. "Incluso en mi etapa adulta he tenido muchas dificultades para relacionarme".

El síndrome de Asperger no se conoció hasta 1998, cuando una psicóloga, Lorna Wing, descubrió unos documentos del psiquiatra Hans Asperger que databan de 1944. El experto había descrito ya ese año un patrón de comportamiento que llamó "psicopatía autista".

Alberto conoce la historia del síndrome y mucho más. "El psiquiatra tenía una clínica en Austria en la que estaba tratando a niños autistas, pero algunos podían comunicarse y eran expertos en algún tema que les interesaba. Por ejemplo, había a un chico que sabía muchísimo de trenes y era capaz de explicarlo con un discurso muy amplio. Por eso, a Hans Asperger se le ocurrió llamar a estos chicos pequeños profesores", recuerda. Esta especialización que se da en algunas personas con Asperger en ocasiones genera rechazo: "Se observa como una forma de pedantería. No los aceptan tal como son y eso hace que les cueste encajar más en la sociedad".

Wing identificó tres áreas afectadas: la competencia de relación social, la comunicación y la inflexibilidad mental y comportamental. Estas tres características son comunes dentro del autismo, pero el síndrome de Asperger es el de mejor pronóstico.

"Es un trastorno cognitivo, un problema que está en el cerebro: una persona Asperger tarda mucho más tiempo en aprender de su entorno que otra normal. Nosotros a los normales los llamamos neurotípicos", dice con agudeza.

Cuando Alberto conoce a alguien y no le dice que padece Asperger, se siente bien tratado. A veces, sin embargo, hay quien le pregunta por qué es como es. "Yo les explico y les pido que me acepten tal como soy. Pero en ocasiones me ha costado mucho, sobre todo a nivel personal, a la hora de entablar una relación de pareja", admite. Alberto tiene que estar constantemente aprendiendo a socializarse con la gente: es una tarea que no acaba nunca. Sus ganas de superarse pueden más que cualquier sentimiento de cansancio. Un ejemplo es cómo se sacó el bachillerato. La primera vez que lo intentó acabó abandonando. No pudo con el dibujo y las matemáticas. Intentó hacer una FP, pero la rama elegida tampoco fue la adecuada. Años más tarde, sin embargo, cuando se dio cuenta de que sus capacidades estaban más relacionadas con las letras, se volvió a matricular y aprobó.

Desde hace casi un año y medio Alberto trabaja para Grupo Sifu (Servicios Integrales de Fincas Urbanas). Incorporarse a este centro especial de empleo ha cambiado su vida. Después de cuatro años fuera del mercado laboral y de casi perder la confianza en volver a encontrar un empleo, esta oportunidad ha sido un regalo. "Estaba deseando volver a trabajar, porque no quería estar sin trabajo toda la vida. Pensar eso me desesperaba". En Sifu, que presta servicios a numerosos clientes, desempeña labores de jardinería y limpieza.

Alberto ha tenido muchos apoyos a lo largo de su vida, sobre todo los de su madre y hermanos. "Mi padre nunca lo aceptó". Ese calor ha sido clave para que siguiera trazándose metas. Aun así, cree que el camino para la normalización en la sociedad es aún largo. "La sociedad tiene que darse cuenta de que estamos aquí, de que existimos. Hay gente que todavía nos llama retrasados mentales, por desconocimiento, y no lo somos, para nada".

Alberto Rodríguez

trabajador de sifu con síndrome de asperger

Yurena Hernández

gerente grupo sifu en la delegación de tenerife

El papel de los centros especiales de empleo

El papel de los centros especiales de empleo es fundamental para promover la inserción laboral. En Canarias la tasa de discapacidad es del 4,7% (unas 100.000 personas) y, por lo general, los hombres son los que más índice de empleabilidad presentan. El Grupo Sifu da trabajo a 77 personas en Tenerife -de más de 4.000 en toda España-, de los que el 97,4% presenta alguna discapacidad y el 54,6% es de difícil inserción, como Alberto. Esto significa que tienen una discapacidad superior al 65%. "Además, también hay diferencias en función del tipo que padecen: los sensoriales y los físicos tienen más posibilidades de insertarse que los que tienen alguna patología mental. Pero para eso están los centros especiales de empleo", explica Yurena Hernández, gerente en la delegación del grupo en Tenerife. "En España hay unos 2.000 centros de este tipo que insertan unas 65.000 personas. Grupo Sifu tiene 4.220 trabajadores en todo el país", cuenta. "Para mí las personas con discapacidad son una maravilla porque aprovechan todas las oportunidades". Ella es una, aunque sea imposible darse cuenta.

Ser como una familia, el valor añadido

La gerente explica que el valor añadido del grupo es la relación que entabla la empresa con el trabajador. El vínculo es similar al que se establece en una familia. "Nos preocupamos mucho por cómo se sienten, por si tienen algún problema familiar" e incluso informan a los clientes a los que prestan servicios. No obstante, los contratos que han conseguido no se deben solo a la necesidad de las empresas de cumplir con la "responsabilidad corporativa", sino a la calidad del trabajo que desempeñan. "Una vez que nos conocen no quieren dejarnos", dice con orgullo.