Si es cierto que el progreso de un pueblo depende, en gran medida, de su desarrollo científico y tecnológico, el mundo occidental tiene un problema. Esa es la conclusión que extrae Carlos Elías de la investigación que ha cristalizado en su libro "La razón estrangulada. El declive de la ciencia en la sociedad contemporánea". En su doble condición de periodista y científico -es químico-, Elías ha analizado el progresivo declive de vocaciones científicas, que afecta incluso a países con profunda tradición en estas disciplinas, como los anglosajones, y apunta como principales acusados a la moderna cultura mediática y a las ciencias sociales.

-¿Hay una conspiración entre ciencias sociales y cultura mediática contra la ciencia?

-Conspiración tal vez sea una palabra excesiva. Lo que sí hay es una falta de aprecio, un desinterés, y, como consecuencia de ello, se crea una situación en la que no se potencia la ciencia. Además, dentro de las universidades se produce una especie de lucha entre la gente de ciencias y de letras por ver quién tiene el poder. Creo que es una lucha estéril, porque no hay dos tipos de culturas diferentes. Hay mucho más alumnado en ciencias sociales, por lo que éstas tienen más poder y están desplazando a las ciencias naturales.

-¿A qué se debe ese desinterés? ¿Hay un resentimiento de los intelectuales de letras hacia los de ciencias?

-En España nunca ha interesado la ciencia. Se puede hacer una carrera importante en cualquier ámbito sin saber de ciencias. Esto es así desde Felipe II. En España siempre se ha considerado que no saber nada de ciencia o tecnología no es impedimento para alcanzar altas cotas de poder político, económico o mediático. En una situación como la que vivimos, con problemas como el cambio climático o la degradación de la naturaleza, es necesario adoptar una postura global, lo que implica un conocimiento de la ciencia.

-Pero el problema es general, no se limita a España.

-Cuando fui a Inglaterra mi intención era investigar justo lo contrario, las razones por las que la ciencia desempeña un papel tan importante en el ámbito anglosajón. Pero me di cuenta de que los índices de estudiantes de ciencias también están descendiendo. Allí están muy preocupados, porque consideran que su cultura es hegemónica en el mundo debido a que han apostado por la ciencia. Ahora perciben que esa apuesta se está haciendo en Oriente, especialmente en China e India, y tienen miedo de que esa hegemonía se traslade a Asia. Esa preocupación aparece frecuentemente en los medios de comunicación británicos. De todas formas, los países anglosajones cuentan con una gran ventaja: tienen mucha emigración muy cualificada de grandes científicos. España no disfruta de esa ventaja. Los sistemas educativos, que se han importado desde la pedagogía anglosajona, han ejercido también un efecto importante. Se reducen las horas de ciencias y matemáticas por considerar que no son fundamentales para la formación; por ello, las carreras científicas son más duras y los jóvenes no las hacen.

-Pero también las Humanidades parecen atravesar por una crisis y se reducen los matriculados en las titulaciones universitarias.

-Es cierto. Especialmente en España, carreras como filología o filosofía tienen muy poca demanda. No ocurre lo mismo con las ciencias sociales, como el derecho, la psicología, la economía, la comunicación audiovisual o el periodismo. En Inglaterra, las carreras de Humanidades incorporan cultura científica, por lo que producen intelectuales muy globales, algo que no ocurre en España. Me parece muy duro que un experto en cultura clásica no sepa geometría, una de las aportaciones más importantes de la cultura griega. Eso no es humanismo. También entiendo que a las carreras de ciencias les falta cultura humanística. La diferencia es que la cultura humanística es más fácil de obtener a posteriori. Esta situación es mala para los de letras y humanidades, que tendrán menos oportunidades.

-Apunta que parte de la responsabilidad es de los propios científicos, que se han desentendido de la comunicación.

-Los científicos creen que no tienen que hacer proselitismo de su conocimiento, porque todo el mundo ve claramente que es muy importante. A lo mejor no es tan obvio y es importante vender lo que hacen a la sociedad. Por otra parte, creen que sólo se deben estudiar contenidos muy técnicos. En carreras como Física o Química no hay asignaturas como comunicación, historia o economía. En las universidades anglosajonas esa síntesis es habitual, mientras que en España las facultades son cada vez más específicas.

-¿Cómo explica la paradoja de que ese declive de vocaciones se produzca en el momento en que la ciencia tiene más espacio que nunca en los medios de comunicación?

-Ese problema preocupa muchísimo en el mundo anglosajón. En la prensa la ciencia está bien tratada, pero no la leen los chavales. Es irrelevante respecto a las vocaciones. Hay una nueva asignatura en el Bachillerato, Ciencias para el Mundo Contemporáneo. He coordinado uno de los libros de texto y hemos incluido contenidos de periodismo científico, para que los alumnos vean que en la prensa se escribe bien de ciencia y hay que leerla. Por otra parte, le echo mucho la culpa a la televisión y el cine. El arquetipo de científico que predomina es el del científico loco, que quiere dominar el mundo, sin vida emocional, físicamente nada atractivo... Los chicos no quieren parecerse a eso. En el libro hablo de la serie "Aída". Nadie quiere parecerse al personaje al que le gusta la ciencia. Ahí se transmite una imagen negativa, porque cuando una persona elige una carrera, elige también una profesión y un estilo de vida.

-¿Pero la ficción no ha dado siempre esa imagen del científico, tanto en épocas de crisis como de auge de la ciencia?

-En Inglaterra se produjo un fenómeno llamativo. Durante la segunda guerra mundial hubo una ley de secretos científicos. No se podía dar información científica porque se entendía que estos avances eran propios de cada bando y necesarios para ganar la contienda. Como consecuencia de la ley, después de la guerra hubo una gran demanda de esta información. También se produjo cine en el que la ciencia aparecía como importante. Pero es cierto que la literatura siempre ha ofrecido ese perfil negativo del científico, desde Shakespeare, con el personaje de Próspero, hasta El Quijote. Hay una gran división que se acentúa después del Renacimiento, cuando empiezan a separarse los dos elementos de la cultura.

-¿Es posible una tercera cultura, que supere las divisiones entre ciencias y de letras?

-No es posible entender el mundo sólo con las ciencias o con las letras. Una supremacía de uno de los lados es muy negativa para Occidente. Si hay un interés en las autoridades académicas, esa unión puede producirse.