El término recuperación significa volver a tener lo que teníamos y perdimos. Algo así supongo que sería una buena acepción del término. ¿De verdad se cree alguien que vamos a volver donde estábamos? ¿A los créditos baratos multitudinarios, a las tasadoras tasando dos palmos más arriba de valores inflados, a los bancos rogándonos que tomemos dinero a cerros, a los políticos repartiendo miles de millones entre ellos y entre los nacionalistas más peleones? ¿Al despilfarro, al consumo exagerado de productos extranjeros, a vehículos de alta gama a pisos de alto standing, viajes de alto contenido de lujo-temático, a contratar a funcionarios o asimilados sin cuento ni cordura y a subvencionar a toda la patulea afín y adicta al poder? Quién lo iba a decir, el Gobierno necesita milagros.

En España, desgraciadamente, con su PIB y, sobre todo, con su PIB/cápita, que entre lo que ha bajado por la destrucción de tejidos industriales, comerciales y de servicios y multitudinario cierre de empresas, por la crisis y por la voracidad confiscatoria de las Administraciones, así como por la espectacular bajada del turismo y por la enormidad de la bajada del gasto por turista, lo que nos queda es nada, y menos para acometer a tanto compromiso de "gastos corrientes", gastos sociales y mantenimiento de infraestructuras y redes. Por esto y otras cosas más, para revertir la situación se necesitará crear mucho empleo, y para esto la economía en nuestro país debe crecer al menos por encima del 2% para no destruir o empezar a crear algún empleo. Si a todo esto sumamos que somos de los pocos países del mundo que tienen que mantener a cinco administraciones, se hace inviable a corto, y corto son entre 10 y 15 años, no ya la recuperación, que no será ni habrá en ese sentido de volver a como estábamos, sino de mejorar algo en la vía y deriva hacia la inevitable argentinización que llevamos. ¿Opciones-milagro, ungüentos y remedios? No hay. Propuestas y actuaciones, sí.

Las administraciones locales deben reducirse a la mínima expresión y además fusionarse a mucho más de la mitad, para reducirse a mucho menos de un tercio de las actuales. Las autonomías deberían desaparecer; ese debe ser el objetivo. Pero, reconociendo la poca posibilidad de esta necesidad imperiosa, deberían devolver la mayoría de las competencias que no gestionen a la perfección y disminuir sus plantillas en consecuencia, con un proceso muy complicado de contratación, restringido y con responsabilidad conllevada. Las administraciones híbridas, tipo diputaciones o cabildos, deberían desaparecer al ser incompatibles con las autonomías, o en su caso sustituir las autonomías por los cabildos o diputaciones, pero jamás duplicarse o superponerse, que es lo que ocurre en estos momentos. Además, suelen coexistir enfrentadas y empeoran la gestión y la utilidad cívica. Por ende, la Administración central debe reducirse en la medida que crezcan las que la sustituyan y no mantenerse ni mucho menos crecer. Finalmente, la última pero no la menor, aunque pase más desapercibida, no nos olvidemos que mantenemos a una Administración europea elefantiásica, que nos cuesta cientos de millones de euros. Y, como decía el poeta, "no veo la necesidad". Además, no nos lo podemos permitir. ¿De verdad creen que, no ya en la recuperación, sino que saldremos del agujero y mejoraremos sin despejar y eliminar los obstáculos que pesan sobre nosotros?

L. Soriano