Santa Cruz de Tenerife ha perdido a uno de sus ciudadanos más emblemáticos, Manuel González Blanco, fundador de tiendas tan simbólicas en la capital como El Globo y Almacenes González Blanco, que falleció el pasado jueves atropellado por una moto. Sus familiares y amigos se reunieron ayer en el cementerio de Santa Lastenia para despedir a un hombre cuyo trabajo marcó un hito en la historia de la ciudad.
De origen gallego, aunque nacido en Portugal, Manuel llegó a Tenerife cuando tenía doce años junto a su numerosa familia, cuyos recursos económicos eran muy escasos. Desde el momento en que pisó la Isla comenzó a trabajar de forma incansable.
Su familia comenzó a vender telas en la antigua Recova y, con el poco dinero que ganó, formó sus primeros negocios, de formato muy pequeño, explicó su yerno, Luis Naranjo, ayer durante el duelo. “Luego –continuó– empezó a comprar telas procedentes de China a un representante, que se las vendía en exclusiva. Fue uno de los primeros en comerciar con este tipo de tejidos, los cuales estaban almacenados en los bajos de la pensión en la que vivía en La Laguna”.
Todas las ganancias que obtenía, Manuel las iba invirtiendo en nuevos negocios, y poco a poco fue comprando los locales donde, posteriormente, instalarían sus comercios. El primer negocio en abrir fue El Globo, una de las tiendas más conocidas de Santa Cruz, a donde generaciones completas, durante más de cincuenta años, acudieron a adquirir los tejidos con los que vestir sus hogares y sus familias.
Tras El Globo abrió otros negocios tan reconocidos como Ayala y Almacenes González Blanco, éste último dedicado a la venta al mayor de telas. Aunque muchas de sus tiendas más conocidas eran minoristas, González Blanco comenzó como mayorista de telas, y su éxito se basó en que consiguió que todos los tejidos que venían de China los recibía en exclusiva.
Los inicios de su carrera profesional estuvieron marcados por un momento conflictivo de la historia de España, la doble nacionalidad, española y portuguesa, que tenía le sirvió para evitar ser reclutado para ir a la guerra. Este hecho le sirvió para sacar adelante sus proyectos textiles y convertirlos en un referente capitalino.
Gran visión empresarial
El secreto del éxito de este empresario era su capacidad de trabajo y su visión. “Su familia era muy pobre, y empezó desde muy abajo, pero con su tesón y trabajo consiguió salir adelante. Tenía una gran visión; él veía negocios donde otra persona no reparaba”, resaltó su yerno.
“Hubo un momento –continuó– en que compró todas las mejores esquinas de Santa Cruz. Un ejemplo de esto es el edificio de El Águila, que lo hizo él. Y es que vivía para seguir invirtiendo”.
Era tal el amor por el trabajo que sentía Manuel González Blanco, que con 98 años “se levantaba cada mañana, y con su periódico bajo el brazo, iba a su oficina. Al acabar la jornada, compraba una bolsa de frutas y regresaba a casa”, señaló Luis.
Padre de tres hijos, su humildad y su nobleza lo convirtieron en una persona muy querida en la capital tinerfeña. “No tenía malicia, y siempre intentaba estar en un segundo plano y pasar desapercibido sin ostentaciones ni alardes. Era la típica persona que no podía tener enemigos porque era muy íntegro. Para mí era un padre”, explicó emocionado su yerno.
Pero si algo caracterizaba a este emprendedor era su optimismo. “Cuando le preguntaban cómo estaba, siempre respondía: “Bien y voy a estar mejor”, recordó Luis, quien destacó que “supo transmitir a sus hijos, con los que almorzaba todos los miércoles, su humildad, bondad y buena educación”.
Una de sus mayores aficiones era el fútbol. “Forofo del Madrid y del Tenerife se sentaba a ver los partidos a la vez que los escuchaba por la radio”, señaló su yerno.
Su familia estaba compuesta por muchos hermanos, y eran muy pobres. Por ello, Manuel empezó desde muy abajo, y con su tesón y trabajo consiguió salir adelante.
Pero si existía un gran amor en la vida de Manuel era su mujer. Casado desde hace más de cincuenta años estaba profundamente enamorado de ella, un amor que solía crecía con el tiempo. “Era tal la locura que sentía por ella que, aunque no fuera muy practicante, siempre la acompañaba a misa para pasar más tiempo a su lado”, concluyó Luis Naranjo.