EN LA COSTA norte de África existen unos territorios que por su escasa superficie no aparecen reflejados en los mapas. Tal vez por este motivo son desconocidos pese a que tienen profundas raíces en nuestra historia y sean frecuentemente reclamados por Marruecos como propios. Me estoy refiriendo al Peñón de Vélez de la Gomera, al Peñón de Alhucemas, a las islas Chafarinas y al islote de Perejil. Estos territorios de facto son españoles, pero de iure no se puede acceder a ellos, porque son territorios rodeados por aguas jurisdiccionales marroquíes. Es decir, no existen fronteras, como en Ceuta y Melilla, simplemente puestos militares marroquíes que vigilan las pequeñas guarniciones militares españolas allí destacadas.

El Peñón de Alhucemas, casi tocando al continente, se encuentra situado cerca de la antigua ciudad y puerto de Villa Sanjurjo española, actual Alhucemas. Fue ocupado por España en 1673 para defender las costas peninsulares de los ataques y saqueos de la piratería rifeña. Está habitado por una pequeña guarnición militar española.

El Peñón de Vélez de la Gomera se halla situado a mitad de camino entre Ceuta y Melilla y unido al continente africano por un istmo, fruto de las continuas aportaciones fluviales del cercano río Badis. Este peñón pertenece a España desde 1564.

Las islas Chafarinas se encuentran situadas a ochenta kilómetros de Melilla y a muy pocos kilómetros de la frontera entre Marruecos y Argelia. Se trata de un pequeño archipiélago conformado por las islas Isabel II, Congreso y del Rey perteneciente a España desde 1848, que fue ocupado para evitar que fuera refugio de piratas argelinos. La única isla habitada por un destacamento militar español es la de Isabel II.

Perejil es un pequeño islote deshabitado situado frente a Tarifa que pertenece a España por formar parte de la ciudad de Ceuta y que muy pocas personas conocían hace unos años. Sin embargo, en el año 2002 su fama traspasó incluso las fronteras de España y Marruecos. Países que se vieron enfrentados en un agrio incidente diplomático cuando una docena de gendarmes marroquíes se instalaron en él e izaron la bandera de Marruecos. Las infructuosas gestiones diplomáticas para volver al statu quo, o situación anterior a la ocupación marroquí, desencadenaron una intervención militar española para desalojar del islote a los gendarmes ocupantes, llegándose a un acuerdo entre los gobiernos de Madrid y Rabat por el que se restablecía y mantenía la situación anterior.

Una vez descritos estos enclaves españoles en el norte de África, creo preciso señalar que, a mi juicio, no hay ninguna duda sobre su españolidad, ya que la adquisición del título de soberanía sobre los mismos se llevó a cabo por "ocupación", toda vez que se dieron los tres requisitos necesarios para que se produjera tal extremo: a) la consideración de estos espacios como terra nullius, b) el animus ocupandi y c) la ocupación efectiva. Todos estos territorios no han estado habitados por tribus ni poblaciones estructuradas políticamente antes de ser tomados por España. La ausencia de poblaciones se explica, entre otras razones, por su ubicación geográfica y sus características físicas, que no los hacen aptos para la vida humana. Esto explica que durante siglos hayan sido utilizados con fines fundamentalmente defensivos.

Por lo que respecta a la ocupación y el animus ocupandi, se aprecia la clara intención del Estado español de ejercer soberanía sobre ellos, que se ha mantenido a lo largo de los siglos hasta nuestros días.

Dicho todo esto, Marruecos no puede reclamar derechos soberanos sobre unos territorios que nunca fueron suyos, y menos decir que fueron expoliados por España, ya que constituyen un legítimo patrimonio español que nadie puede poner en duda. No podemos olvidar que por el Tratado de Wad-Ras (1860), que puso fin a la guerra de Marruecos, se ratificó el convenio firmado en 1850 por el que Marruecos reconocía la soberanía española de Ceuta, Melilla y los enclaves en el norte de África. Pero es que, además, cuando Marruecos obtuvo la independencia, en 1956, renovó el acuerdo de respetar todos estos territorios españoles. Por consiguiente, la reivindicación marroquí sobre los mismos carece del oportuno respaldo histórico y jurídico. Mohamed VI y su gobierno lo saben, pero les gusta actuar contra España como una mosca cojonera para llamar la atención y distraer a sus súbditos de los graves problemas que les agobian.