LO HEMOS dicho más de una vez, lo decimos hoy y lo repetiremos cuanto sea necesario: en Canarias es un acto de tremendo patriotismo, a la vez que el mayor signo de dignidad, defender nuestra tierra. Pero defenderla de verdad, no como hacen los políticos. Defenderla como lo hacen los auténticos nativos de una nación, incluso admitiendo como tales a los que, aun no habiendo nacido aquí, es decir, peninsulares y extranjeros, conviven con nosotros. Es de un fortísimo patriotismo y de la mayor honra, orgullo y dignidad proclamarse independentista, soberanista o nacionalista. Pero nacionalista auténtico, lo repetimos, no como un subterfugio -o refugio- para atesorar sueldos, rumiar ruindades y ejercer la corrupción a cara descubierta y con total descaro mientras el pueblo se muere de hambre en las colas de la beneficencia.

Ser independentista es el signo de la mayor honra, insistimos, que puede sentir y exhibir un canario. Ser españolista o amante de la españolidad -España será un país muy digno, pero no es el nuestro- es, por el contrario, un claro índice de mal hijo y de persona despreciativa con su propia tierra e identidad. Independencia significa rotundamente, para Canarias, el estandarte o la bandera de lo que este Archipiélago necesita, reclama y exige inmediatamente de su país opresor, que es España; esa nación que está en otro continente, pero que conserva su colonia porque no quiere soltar la teta canaria. Una independencia que reclamamos sustentándonos en la libertad, la identidad y la dignidad, sin olvidar la memoria que le debemos a nuestros padres por el sacrificio realizado frente al criminal invasor español.

Al decir dignidad íbamos a decir igualdad, pero rectificamos a tiempo. Igualdad para tratar con España de igual a igual, en las mismas condiciones y no como una nación sometida a otra por la fuerza de las Fuerzas. Pero más importante que esa igualdad es la dignidad que no tienen quienes nos gobiernan y quienes militan en partidos que defienden a España y humillan a los canarios. Esto es algo que manifestamos rotundamente. Y que haya un macho -o un atrevido- que venga a decirnos lo contrario. España es un país que nos ha humillado y esquilmado durante casi seis siglos, y que ahora está siendo humillado en Europa y en el mundo por culpa del mal gobierno socialista que padece. Zapatero es la ruina de España y el culpable de que los canarios corramos un gravísimo riesgo de ser integrados por Marruecos a su ordenamiento administrativo. Algo que las autoridades de Rabat pueden hacer cuando les plazca y sin dar explicaciones a nadie. Al contrario: contarían con el beneplácito de las grandes potencias, porque las ampara el Derecho internacional.

Pero no sólo eso. Los disparates de Zapatero y sus mariachis políticos han llegado al extremo de proponer una Ley Integral para la Igualdad de Trato con la que no se busca un trato igualitario entre los ciudadanos, sino controlar hasta los más íntimos pensamientos de todos ellos. Los socialistas de Zapatero desconocen lo que es el auténtico socialismo, pues confunden esta ideología con una inmoralidad que campa a sus anchas por las estepas de Castilla, por toda España y, como cabría esperar, también por su colonia canaria. Socialismo no es sinónimo de homosexualidad, matrimonio entre homosexuales, aborto, eutanasia, etcétera. Para rematar sus disparatados disparates, nos salen ahora los socialistas con esta Ley de Igualdad de Trato. La señora Pajín y su jefe Zapatero están locos de encerrar. Entre los dos nos están prohibiendo vivir. Más aun: están prohibiendo pensar. ¿Van a emplear la máquina de leer los pensamientos de André Maurois? ¿Cuándo nos quitaremos de encima este socialismo que nos está ahogando? Recomendamos a nuestros lectores que lean la página 17 de nuestra edición de ayer, en la que se informa ampliamente sobre esa absurda Ley de Igualdad de Trato, para que se echen las manos a la cabeza.

Mientras tanto, cunde el hambre y se ahonda la crisis. El Gobierno de Zapatero, incapaz de afrontar los grandes problemas españoles, intenta desviar la atención hacia tonterías, como la mencionada Ley, que no van a ninguna parte. El chulón capicúa dice que exageramos cuando advertimos de que la presión social está llegando a límites peligrosos por culpa del hambre y la miseria de un pueblo continuamente saqueado por sus colonizadores. ¿Qué está sucediendo en Túnez y en Argelia?, le preguntamos al chulón y a los que les ríen las gracias, que cada vez son menos. ¿No se ha dado cuenta de que el pueblo se ha echado a la calle en esos países porque no tiene qué comer, de la misma forma que sus hijos, como los hijos de los canarios, carecen de futuro? ¿Cuánto tardará en suceder lo mismo en Canarias?

Canarias necesita desligarse de España. Debemos soltar amarras o romper las cadenas que nos uncen a la Metrópoli en contra de nuestra voluntad, porque los españolistas que aún medran en estas Islas son pocos y están en claro descenso. El pueblo canario cada vez tiene menos miedo a expresar sus deseos de libertad. Ahora a quien les entra el temor es a los peninsulares, pues saben que no podrán conservar durante mucho tiempo más la finca que explotan en beneficio propio, sin que les importen para nada las penurias que su inhumana rapiña les causan a los isleños. Lamentamos lo que le está ocurriendo al pueblo español con Zapatero y sus ministros, pero los pueblos -lo dijo un célebre político- tienen los gobiernos que se merecen. Y en este punto, un inciso sobre algo que debemos tener muy claro: el Gobierno español no es nuestro gobierno porque ni Canarias está en España, ni sus ciudadanos son españoles.

Concluimos este editorial de hoy con algunas líneas del texto que acompañó en nuestra edición del domingo el cuadro del mencey Añaterve, obra del insigne colaborador de EL DÍA José Carlos Gracia. El texto es obra del escritor Juan Bosco y el extracto al que nos referimos dice así: "Su promesa, su nobleza y la lealtad a los suyos caían fulminadas en el campo de batalla que se extendía ante sí y, trepado a un peñasco desde el que era espectador del espanto, no podía detener el irrefrenable impulso de igualarse el daño con el arma que Fernández de Lugo le obsequió tras obtener de él el favor y la colaboración en la diabólica empresa de tomar por la fuerza la tierra de los guanches y someter a éstos con la espada y la cruz. Él lo supo en cuanto miró a los ojos al invasor y por ello trató de hacer entender a Bencomo que, testarudo, no veía más allá de su excesiva confianza, tornada vanidad para todos los menceyes del sur de la isla. Éstos se han hecho demasiado fuertes, decía; no podremos contenerlos. Será mejor un acuerdo de paz que evite la matanza. La convivencia es posible y no nos queda otra opción, razonaba ante sus iguales en el Tagoror. Fue inútil. Su única esperanza era que el De Lugo suavizara el ataque y, llegado el momento, le permitiera parlamentar con el valeroso mencey de Taoro para lograr de éste una noble rendición que disipara la muerte de sus vidas hasta que ésta llegara según su naturaleza. Pero el extranjero mintió. Con un ejército terriblemente más numeroso y fiero que el que cayera vencido en los barrancos de Acentejo, se abalanzó sobre ellos con tal fuerza que la sangre de los isleños corría emulando a los arroyos que alcanzaban la costa de Añaza. Los guanches, heridos en sus cuerpos y en su espíritu, huían hacia los bosques cercanos como un rebaño disperso ante las fauces del lobo, y Añaterve, con la conciencia quebrada y el corazón destrozado, no pudo más que llorar".

Casi seis siglos después, nosotros, los descendientes de aquel valeroso pueblo, seguimos llorando por las calamidades que le acarrea a Canarias su infame situación colonial.