La Sexta emite un programa de televisión llamado "¿Quién vive ahí?" que muestra el interior de casas lujosas y quién las habita. EL DÍA ha hecho un recorrido similar, pero a la inversa. Se trata de edificios normales donde residen familias de Santa Cruz de Tenerife. Entre ellas, sin embargo, hay realidades desgarradas, cercanas a la exclusión social. Estampas que nos deja día a día una crisis económica que esconde tras las grandes cifras de desempleo las caras de los que la están sufriendo.

Ofra.- La primera de las viviendas visitadas se encuentra en el barrio de Ofra. En ella viven nueve personas y un perro y los únicos ingresos que entran en esta vivienda son una paga de viudedad de 375 euros de la abuela y cabeza y de familia y otra de 500 euros que percibe una de sus hijas por accidente. "La atropelló un coche cuando tenía un año y medio y tiene un 79% de minusvalía desde entonces", explica Araceli Rodríguez, la cabeza de familia.

Lo primero que llama la atención en esta casa es que apenas hay muebles. Una mesa en el salón con tres sillas y un mueble-librería de pared. Se nota que el escaso mobiliario está viejo y es antiguo.

Araceli detalla que aunque son nueve residiendo en la vivienda, para comer se juntan hasta once, ya que otra de sus hijas viene con su yerno a comer. No hay suficientes sillas para que se sienten todos alrededor de la mesa.

No llega a 900 euros lo que entra en esta casa y de ellos tienen que comer, "pagar 52 euros de casa" y la luz y el agua. De electricidad, el último mes le llegó una factura de "94,57 euros".

La situación en este hogar es precaria. Sólo disponen de tres habitaciones y un baño, apenas hay muebles (no hay armarios) y la distribución de las personas que duermen en cada una de las habitaciones es difícil de explicar. En una de ellas, que cuenta con literas, duermen cinco mujeres; en otra un matrimonio con sus dos hijos y en la tercera un hijo de Araceli. La ropa se amontona en bolsas en el suelo en alguna de las alcobas ante la carencia de cualquier mueble para guardarla.

El baño está iluminado por una luz mortecina y varias baldosas están rotas. "El seguro de la casa tiene que venir a arreglarlo", dice.

Araceli dice que sobreviven de la comida que reciben de la ONG Sonrisas Canarias, "pero con eso sólo no de da". Una Iglesia Evangelista también le regala comida. "Yo voy al culto y después me dan la comida", dice, y con una sonrisa muestra la fruta y verdura de su nevera del último culto.

Sin embargo, la austeridad de este hogar también llega al puchero. Cuando la visitamos, Araceli se afana en preparar unos espaguetis con dos "bricks" de tomate y una fritura de chorizo y cebollita.

"El ayuntamiento no me ha dado nada", asegura, aunque matiza que el motivo ha sido que uno de sus hijos que trabaja está empadronado en la casa, pero no vive allí. También recuerdan que en una ocasión le dieron "un papel para ir buscar comida".

Además, Araceli está desempleada desde hace cuatro años. "Antes trabajaba empaquetando tomates", pero ahora no encuentra trabajo de nada. Uno de sus yernos sí trabaja de vigilante de coches. "Para mi mujer y yo escapamos", explica, pero en general la situación de desempleo es un lastre que impide mejorar a esta familia.

Las últimas Navidades en esta casa no fueron más que un día más detrás de otro. "No teníamos nadita", detalla Araceli.

Los empleos que han desarrollado las personas de esta casa son de baja cualificación: en la construcción, en pizzerías, en la agricultura... Hoy por hoy parece que no tienen ni esperanza de que algo vaya a cambiar.

María Jiménez.- La siguiente vivienda que visitamos está en el barrio de María Jiménez. En este caso la unidad familiar son sólo cuatro personas, pero sus carencias son igual de dramáticas. Al desempleo y la falta de ayudas se suma su condición de inmigrantes y una denuncia para desahuciarlos que corre en su contra.

Lucía Olivas, de 55 años, es la única que cobra algo en esta familia: 426 euros de ayuda familiar aprobada para 36 meses. Trabajó cinco años como limpiadora para Fundescan y desde noviembre de 2009 dejó de cobrar, explica.

La familia completa se trasladó desde Madrid a Tenerife porque a la pareja de Lucía le ofrecieron un trabajo en la construcción para cuatro o cinco años. Pero la cosa no fue como parecía. "Está parado desde diciembre de 2005 y no tiene paro", explica Lucía. Según explica, cuando fueron a pedir su vida laboral se encontraron con que muchas de las empresas para las que había trabajado habían hecho "chanchullos" y no habían cotizado por él todo lo que debían.

La hija de Lucía, de 25 años, es auxiliar de geriatría, pero no encuentra empleo. Lo mismo que su hermano, de 20, que trabajó como camarero.

Viven en una vivienda alquilada de tres habitaciones sin ningún lujo. Por ella pagan "300 euros de alquiler", pero en junio de 2010 tuvieron que saltarse el pago porque Fundescan no abonó las nóminas durante tres meses. "En agosto, cuando fui a pagar a la casera ese mes no me lo quiso coger. Me dijo que me iba a echar porque no se podía permitir tener impagos", recuerda Lucía.

Desde entonces, la denuncia está en trámite y Lucía y su familia intentan no pensar en cuán negra se puede volver su suerte.

"A veces pensamos que nos han echado una maldición o algo así", dice Leticia, que explica que cuando su hermano estaba trabajando de camarero, en 2008, y tuvo un accidente de moto muy grave.

"No tenemos ninguna salida y yo pregunto qué panorama más duro aún tendremos mañana. Y mañana, ¿qué?". Lucía que dice que ya se le han acabado hasta las lágrimas y que no puede evitar preguntarse cómo han podido torcérsele tanto las cosas a una familia trabajadora, que nunca ha hecho daño a nadie.

"Yo lo que quiero es un trabajo", resume. "Cuando estaba en Fundescan sólo trabajaba yo y sacaba mi casa adelante, sin lujos, pero podíamos vivir", aunque su nómina no llegaba a los mil euros.

Las ayudas que recibe la familia de Lucía provienen de la ONG Sonrisas Canarias. De hecho, Lucía y su hija dicen que van a empezar a hacer un voluntariado para esta asociación.

"En Cáritas me ayudaban, pero como ya llevaba mucho tiempo dejaron de hacerlo", añade. Lucía detalla que el Ayuntamiento de Santa Cruz le aprobó "una ayuda de 260 euros para hacer una compra en marzo". "Y todavía hoy estoy esperando esa ayuda". También afirma que le aprobaron abonarle "seis meses de alquiler" que aún no ha recibido.

No tuvo suerte ni para las cestas de Navidad que repartieron. "La trabajadora social me explicó que habían hecho una preselección de familias y que las cestas que tenían ya las habían repartido".

Por medio de la ONG Sonrisas Canarias Lucía ha presentado "lo menos 50 currículum" en diferentes entidades y empresas de trabajo temporal, pero sin resultado.

"Me siento como una mierda", declara. Aunque Lucía había mantenido la entereza, entonces rompe a llorar. "No sabes lo que es no poder darles nada a tus hijos porque no tienes de dónde sacarlo".

Para luchar contra esta frustración, Lucía se da largos paseos hasta Santa Cruz. Su pareja y su hijo pasan las mañanas en la playa de Valleseco, tratando de pescar algo para comer. "En una casa tan pequeña los cuatro metidos todo el día, al final terminábamos chillándonos", resume.

Añaza.- Las desgracias nunca vienen solas y el caso de Yurena González, de 31 años, es una muestra de ello. Tiene cuatro hijas, de 13, 6, 4 y dos años. Hace ocho meses que volvieron a vivir a casa de su madre, en el barrio de Añaza, porque se separó y se quedó sin trabajo.

Su madre pasó de vivir sola a tener a sus hijos de vuelta. Dos hermanos de Yurena regresaron también al hogar materno hace cerca de dos años, explica, al quedarse en paro.

Las ocho personas de esta casa viven con la paga de viudedad de la madre de Yurena, de 500 euros, y una ayuda de 426 euros que percibe Yurena.

Antes vivía en La Victoria y sus hijas más pequeñas tardaron en adaptarse a vivir en la ciudad. "Los tres primeros meses, lloraban". Una de las niñas explica que tenían tierra, una piscina... Ahora duermen Yurena y sus tres hijas más pequeñas en una habitación. La mayor duerme en el sofá del salón, la abuela en otra de las alcobas, y sus dos hermanos en otra.

"A veces la convivencia entre tanta gente se hace difícil", dice. Por eso pide una vivienda para ella y sus hijas. "Yo sé que hay casas vacías, pero si entro en una de ellas pierdo todos mis derechos", dice.

La asistenta social le ha dado vales de comida y la Cruz Roja les da alimentos. Con eso van tirando, pero en el salón de casa de su madre también se percibe la escasez de muebles y la austeridad con la que vive esta familia.

Además, Yurena se encuentra con dificultades para acometer trabajos que comiencen muy temprano, porque no tiene a nadie que le lleve a las niñas al colegio. Su madre es muy mayor y no puede hacerse cargo de ellas. "Yo pienso que hay gente que está peor que yo", reflexiona. Por eso reconoce que piensa cuando se acaba el día: "Dios mío, dame otro día, si no como éste, mejor". Como principal apoyo tiene el cariño de sus hijas. Yurena es todo dulzura con las niñas y la buena relación que las une se puede palpar sólo en las miradas que se dirigen a cualquier momento. Merecen algo mejor.