En los años cincuenta, Antonio Hernández Laverny (Tánger, 1930-Santa Cruz de Tenerife 2007) deja su Marruecos natal y busca negocio en Tenerife. Estaba casado y era padre de Javier y Marichu -ahora enfermera-, y Antonio y Richar, nacidos ya en Tenerife.

Laverny tenía representaciones de confección, zapatos, electrodomésticos, radiogramolas, guantes... y pantalones vaqueros y hasta chicles Bazzoka. Su máxima siempre fue: "Primero, en qué te puedo ayudar; y después, el negocio", recuerdan sus sucesores en Almacenes El Kilo, sus hijos Javier, Antonio y Richar.

En 1964 Laverny abre su primer almacén, en el número 13 de la calle San Francisco Javier. Hasta entonces sólo tenía un despacho. Llega a Tenerife animado por dos amigos judíos, de Tánger, Alberto Ben Daham y Salomón Guenoum, que se establecen en Las Palmas. Juntos crean El Kilo. "Cuando abrió, en 1972, no tenía ni nombre. Se vendían sábanas y toallas y perlas al peso... De ahí que la gente dijera que iban a comprar al kilo, y ya se quedara así". "Venían hasta de la Península, y artistas como Rocío Jurado, Bárbara Rey o Pilar Bardem", afirman.

En los años setenta llega el esplendor. Gracias a la oficina que tenían en Estados Unidos importaban a Canarias las primeras lentejuelas y telas brillantes. Calidad, diversidad y buen precio lo distinguen. "Muchos querían abrir una tienda, nos compraban a nosotros y utilizaban nuestro nombre", así fue su implantación nacional. Don Antonio comenzó con dos empleados: Jorge Zamora, tenía 16 años e iba con pantalón corto -hoy es encargado-, y Rafael Trigo, ya retirado. Llegan a tener hasta 70 trabajadores en almacén y tiendas de Santa Cruz y La Laguna.

"Nuestro padre lo peleó; vino sin nada y llegó en un buen momento; El Kilo era un gran negocio, hoy no lo es tanto porque todo el mundo consigue de todo", añaden.

Los hermanos evitan entrar en detalles económicos. "Nosotros dábamos crédito a los grupos, y lo seguimos haciendo. Hoy hay más grupos...". "El Kilo, Juan Viñas -gerente de Fiestas- y la relación con los grupos era muy familiar".

Cuando se les pregunta por los impagos soportados lo interpretan como "lo que hemos dejado de ganar". Por 10 metros han pedido una pieza de cien, y luego ponen a la venta el resto. Y recogen el material sobrante, aunque ya menos porque alguno devolvió plumas con plomos de pesca en la caja -porque se facturaban al peso...-", o telas de otros años o compradas en otros sitios.

"El Carnaval comienza aquí, donde viene el diseñador y busca las telas, le aconsejamos y se las pedimos a fábrica. Es nuestra principal fuente de ingresos, pero también funcionamos con invierno, verano, fiestas de mayo, trajes de novia...". Del autoconsumo, queda la modista, que lleva muestras para su clienta.

"Antes el motivo del Carnaval condicionaba las ventas. Pasó el año de México, ahora no. El disfraz de fábrica o de los chinos no es nuestra competencia. La gente quiere un buen disfraz y prefiere hacérselo". La pluma y las boas -de Bélgica- fueron un boom, luego telas brillantes y lentejuelas, el galón de lentejuelas, la silicona... A mitad de los noventa el peluche, ahora las telas foamizadas, porque tienen cuerpo y dan volumen al disfraz, y el pegamento para telas".

Los hermanos Hernández advierten que "Santa Cruz siempre ha llevado la voz cantante en el Carnaval. Primero se vende aquí y después nos lo piden en Las Palmas. Antes venían los grupos de allá". "Tenerife es quien innova siempre", añaden. Esta edición, adelantan, "va a ser el año del reciclaje"... Y el producto estrella es la peluca de payaso.