La capital tinerfeña sigue teniendo una espinita clavada con el Balneario y la residencia anexa, donde hasta la década de los 80 del siglo pasado miles de chicharreros y visitantes acudían a disfrutar en su tiempo libre del sol, de las piscinas y de la playa. Mientras que las autoridades se repiensan, una y otra vez, las posibilidades de estos dos edificios en ruinas, lo cierto es que los temores de quienes buscan un mejor uso que el actual se confirman, y con creces.

Cuando las informaciones sobre el estado de la residencia José Miguel Delgado Rizo, un edificio de 1939 impulsado por la Obra Sindical de Educación y Descanso del franquismo, auguraban los peores presagios de puertas hacia afuera, la constatación de su estado en el mismo corazón del inmueble es su lamentable estado de conservación.

Hoy en día, poder ver lo que durante años evitaba el tapiado de todo el inmueble causa verdadero pavor, ya que la antigua residencia se ha convertido en un vertedero al que van a parar todo tipo de desechos. La rotura de una puerta metálica que estaba soldada a su marco ha facilitado la entrada de personas que han plagado de pintadas las paredes interiores y han dado rienda suelta a sus instintos de destrucción.

El panorama en el interior es tétrico, ya que la mayor parte de la edificación se encuentra apuntalada. Sin embargo, esto no ha sido impedimento para que durante décadas se alojara allí todo tipo de restos de maderas, mobiliario en desuso, viejos ordenadores y hasta botes de disolventes y pinturas que, por su proximidad a unos viejos colchones apilados, son el combustible perfecto para, fósforo mediante, poner fin, de una vez por todas, a tanta desidia de los responsables públicos.

El Balneario es una ruina del pasado que se desploma y que junto a la residencia José Miguel Delgado conforma un conjunto de lo que fue la vida de ocio de la ciudad no hace tanto.