Considerando que las encuestas cuestan dinero, y bastante dinero si se quiere que sus resultados valgan para algo, me gustaría conocer cuánto ha gastado el Gobierno del talante -el de Rodríguez Zapatero, por si alguien todavía no ha caído en la cuenta- en una encuesta para saber qué piensan de las instituciones españolas los musulmanes que viven en España. Un asunto muy interesante, qué duda cabe, aunque tampoco estaría de más enterarnos de lo que piensan también los cristianos, los judíos, los adventistas del séptimo día, los hindúes o los seguidores de Confucio entre otros.

Ya metidos en gastos, y aunque las arcas del erario andan un tanto mermadas, no estaría de más preguntar a los españoles qué piensan no sólo de los musulmanes, sino de otros grupos de personas exógenas que hoy conviven con nosotros sin mayores problemas, la verdad sea dicha. Aunque pensándolo bien, en el caso de los musulmanes me bastaría con saber qué piensan las responsables -casi siempre es una responsable por motivos obvios, naturalmente- de los institutos de igualdad acerca de la situación en que viven las mujeres y los homosexuales, sin ir más lejos, en los países islámicos. Incluso, puestos a economizar, me sobraría con preguntarle únicamente a la directora del Instituto Canario de Igualdad por su opinión al respecto, habida cuenta de que nunca le he oído decir algo sobre este asunto. Un silencio que se rompe aquí, en Madrid y en donde sea cuando quien se pasa un par de pueblos es un cura o algún miembro de la Iglesia católica. Entonces la lapidación, al menos la dialéctica, está asegurada.

En cualquier caso, no es necesario que limitemos los sondeos de opinión a temas religiosos. Puesto que al parecer sigue sobrando el dinero público, no estaría de más encuestar a algunos -no a todos, que eso seguiría costando mucho- de los cinco millones de desempleados que pululan en este país entre el asombro y la desesperanza, pues también tengo interés en conocer qué piensan ellos de este Gobierno y también de esta oposición, cuyo líder se limita a esperar a que la gente acuda bajo su ventana a pedirle que sea presidente, si bien ese es otro asunto que merece un artículo en exclusiva.

Más allá de que sobre o falte el dinero, la razón última de que se hagan encuestas como la mencionada hay que buscarla en los enchufados. No en los funcionarios, pues los funcionarios han accedido a su puesto mediante una oposición, sino en los cargos que los políticos nombran a dedo. Gente la mayoría de las veces superflua a la que, sin embargo, hay que colocar porque coño, fulanito lleva mucho tiempo trabajando por el partido; no falta a una pegada de carteles y se ha pasado tardes y noches enteras metiendo cartas en los sobres para el buzoneo. Esos suelen ser los méritos para que lo nombren a uno desde director general a conserje asesor; fíjense ustedes qué méritos. Luego, ya en el puesto, con sueldo y lo que toque, el elegido para la gloria se aburre desmesuradamente porque la lectura de la prensa digital da para lo que da. Y entonces se pone a lucubrar paridas y se convierte en auténticamente peligroso. Quietecito cuesta dinero, lo cual tampoco es baladí, pero nada más.