El rastro del terrible aluvión de los días 7 y 8 de noviembre de 1826, que costó la vida a más de 500 personas en la isla de Tenerife, la mayoría en el Norte, aún puede contemplarse en lugares de Los Realejos, San Juan de la Rambla o La Guancha. En estos municipios hay varias huellas visibles: un mirador que recuerda la zona donde recibieron sepultura muchas víctimas del temporal, una inscripción que marca la altura a la que llegó el agua o el nombre de una calle en recuerdo de aquella tragedia.

En la costa realejera, en el llamado sendero del Agua, existe un mirador del Campo Santo, cuyo nombre hace referencia al lugar de enterramiento de muchas víctimas de este temporal, según se indica en alguna publicación sobre el paisaje protegido de Rambla de Castro. Está situado junto a los Llanos de Méndez.

El documental de José Luis Hernández, docente y miembro de la Asociación Canaria de Meteorología, que recuerda la mayor catástrofe natural de la que se tiene constancia en la historia de Canarias hace referencia a otras dos marcas del suceso: la calle El Aluvión, en el casco de La Guancha, muy cerca del antiguo cine, y la inscripción, parcialmente ilegible, ubicada en un lateral de la segunda planta de la casa parroquial de San Juan de la Rambla.

Este escrito en la pared, donde puede leerse la fecha de 7 de noviembre de 1826, marca, según las fuentes consultadas por Hernández, "la altura a la que llegó el agua en la noche del aluvión".

El autor de la investigación subraya que otras fuentes le han indicado la existencia de al menos siete enterramientos, algunos de niños, en el subsuelo de la iglesia de La Cruz Santa, en Los Realejos. "También se cita en las crónicas el enterramiento de una joven embarazada en una cueva de la playa de El Burgado o de Los Roques", cerca de la linde entre Los Realejos y el Puerto.

Para Hernández, otro lugar donde se pueden encontrar huellas del aluvión de 1826 es el barranco de Badajoz, en Güímar, "donde muchos de los áridos que se extraen actualmente provienen de aquel aluvión histórico".

La memoria de aquellas once horas de lluvia y viento también continúa viva en la tradición oral de localidades como La Guancha, donde algunos mayores aún cuentan historias del aluvión que escucharon a sus antepasados.