PAULINO Rivero está perfectamente legitimado para seguir al frente del Gobierno de Canarias el tiempo que queda de legislatura; algo así como tres años y medio. Nadie lo obliga a dar un paso a un lado y dejar que sea alguien de su partido -aunque no sabría decir quién- el que se entienda con alguien, a su vez, del PP para conformar un nuevo Ejecutivo regional más acorde con la voluntad popular. Lo de popular nunca mejor dicho. Eso sería lo sensato. Lo insensato, pese a ser legal, es enrocarse en el poder como si el domingo no hubiese ocurrido nada con CC. Porque el gran perdedor de las elecciones en el Archipiélago no ha sido el PSOE. Los socialistas han obtenido los desastrosos resultados que esperaban como consecuencia de la gestión de un demente político -el señor Zapatero- que, aun después de la estrepitosa derrota sufrida por sus huestes, persiste en aferrarse al cargo hasta el último minuto. El país se desangra económicamente por los cuatro costados, cada segundo que se pierde en conformar el nuevo -e inevitable- Gobierno nos acerca más a la muerte definitiva, pero el gran talante del señor del ídem le impide marcharse sin hacer un poco más de daño. Esa es la categoría del personaje que nos ha gobernado desde el 2004. Pese a todo, como digo, una derrota esperada.

La debacle de CC, en cambio, no la podían imaginar sus dirigentes ni en sus peores pesadillas. Alguien ha escrito que los nacionalistas renacen en Las Palmas al conseguir un diputado. Falso. El acta lograda por Pedro Quevedo pertenece a Nueva Canarias, no a CC. El propio Román Rodríguez dejó claro desde el principio que se trataba de un acuerdo electoral; nada más. Pero aun incluyendo en el cómputo al diputado canarión, los votos perdidos por los nacionalistas se cuentan por decenas de miles. ¿Puede Rivero seguir al frente del Gobierno con el apoyo de un partido -el suyo propio- arrasado en las urnas y en comandita con otro, el PSOE, igualmente desarbolado en Canarias y en toda España? Desde luego que sí; legalmente, lo reitero, puede hacerlo. Política y moralmente no. No porque al margen de los catastróficos resultados del domingo, la gestión de Rivero y de su Gabinete autonómico está siendo bastante desafortunada. Ni él, ni ninguno de sus consejeros están a la altura de las difíciles circunstancias de una región, conviene recordarlo, cuya tasa de paro ronda el 30 por ciento de la población activa.

Y de don Paulino a doña Ana. ¿Puede la señora Oramas, diputada electa por CC, presentarse en Madrid el día que toque y retirar su acta de diputada? Por supuesto que sí. Nada se lo impide legalmente. Pero más allá de cualquier legalidad está -o estaba hasta no hace demasiado tiempo; ahora ya no lo sé- la dignidad personal. Un mínimo de decoro, y no solo de decoro político, la obligaría también a renunciar; a echarse igualmente a un lado y cederle su puesto a Milagros Luis Brito para que por lo menos hubiese una cara nueva en el Congreso. Alguien que no le recordase a todo el mundo que por culpa de ella -y de Perestelo, y del propio Rivero que los obligó a todos al enjuague de apoyar a Zapatero con tal de volver a ser presidente vernáculo-, el Bambi sigue todavía en la Moncloa, aunque sea en funciones, cuando hace mucho tiempo que debió desaparecer de la escena política.