CUANDO preguntas a cualquiera el porqué de determinada conducta e insistes en el para qué y otra vez en el porqué unas cuantas veces, obtendrás la respuesta irreprochable: para ser feliz. Y no hay más. Haga la prueba. Da igual aquello que nos ocupe, confesable o no; la motivación última es siempre la misma.

Somos así de simples, por suerte o por desgracia. También hay quien no se percata y pierde la vida entre lamentaciones, melancolías y nostalgias. Cada vez los tolero menos, lo confieso, son unos pesados que restan y que harían mucho mejor si no compartieran sus críticas ni su pesimismo. Habrá notado la extraordinaria capacidad de tales personajes para absorber el ánimo del más pintado y el entusiasmo de la tribu entera. Yo los prefiero lejos.

Al fin y al cabo, un optimista puede pecar de iluso (pequemos, pues), pero resulta mucho más inofensivo, hasta puede caer simpático, por idealista o por condescendencia: "pobrecito", pensarán, "pero es feliz en su mundo...". Perfecto, eso, déjeme en mi mundo, con mis proyectos, con mis ideas y con mis ganas de vivir, y váyase usted a freír chuchangas. Los pesimistas son un lastre social.

Esto de ser feliz requiere también su entrenamiento, como todo, y enfoque. Me encanta eso del enfoque: fíjese que no es suficiente mirar, enfocar es algo más, es cuestión de tino. Y claro, la felicidad requiere acción, ponerse en marcha, aceptar los retos, luchar, fracasar y volver a intentarlo. La felicidad, como estado de motivación plena, que se alimenta de pequeños y grandes logros, de cumplir pequeños deseos o grandes ilusiones. El logro, qué bueno. Y por eso son tan importantes los planes, se cumplan o no.

Dice el proverbio chino: si quieres ser feliz un día, emborráchate; si quieres ser feliz un año, cásate; pero si quieres ser feliz toda la vida, hazte jardinero. No conozco un jardinero infeliz, no sé usted, ni siquiera aquellos que cayeron en la profesión de rebote. Tendrá que ver con la idea de crear y mantener algo vivo que cambia, que admite esa satisfacción por el trabajo bien hecho; no sé, quizás a los chinos no haya que hacerles tanto caso.

Lo cierto es que el dinero por sí solo no da la felicidad, ni mucho menos; superado un mínimo muy mínimo para lo básico entran en juego otros factores. La posesión de bienes materiales, tampoco, por muy bonitos y exclusivos que sean. Ni siquiera el reconocimiento público o la fama, que nos hincha el ego, es combustible suficiente. Puede que nunca lo haya visto así, pero, créame, la felicidad es cuestión de logros y los logros exigen retos. La vida se ha puesto difícil, todo un reto, ¿se da cuenta? Acéptelo y sea feliz.

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