SOSTIENEN los expertos que hay tres tipos de motivación: la "extrínseca", basada en el dinero, la visibilidad y el reconocimiento público; la "intrínseca", que se fundamenta en la profesionalidad y la mejora personal, y la "trascendente", mediante la que el individuo pretende ayudar a los demás sin obtener nada a cambio.

Interesante. La motivación es aquello que nos impulsa a hacer cosas y por lo tanto es cuestión de comportamiento. Implica acción. Viene a responder a la pregunta por qué hacemos las cosas que hacemos. Yo trabajo porque me pagan, escribo porque me satisface compartir con usted mis reflexiones o hago régimen porque quiero verme mejor. Para una actividad puntual no necesitamos motivación especial, somos noveleros por naturaleza, pero la historia se complica cuando resulta necesario perseverar: trabajar todos los días, etcétera.

Podríamos hablar del combustible que alimenta la voluntad de actuar igual una y otra vez, y es que entrar en rutina requiere entrenamiento. Además, la vida, vivir la vida, exige encontrar sentido e intentar contestar a la pregunta del millón: para qué estamos aquí. Para ser felices. Fijamos un reto, actuamos, logramos cumplirlo y somos felices. Todo muy tonto.

Aburre plantear y alcanzar la misma meta de forma reiterada. La motivación va de eso también; consigue ayudarnos a vivir enfocados en lo importante. Porque nuestras acciones obtienen premio: trabajo y me dan dinero. La cantidad y la calidad del premio nos condicionan a repetir la conducta. Mas llega un momento en que los premios no son aliciente suficiente. Seguro que usted conoce algún caso. Cuánta infelicidad en personajes que disponen de enormes cantidades de dinero o disfrutan de toda la fama del mundo. Y entonces evolucionamos y llegamos a la conclusión de que el premio que anhelamos no tiene que ver con el mundo que nos rodea, sino solo con nosotros mismos, con cómo nos percibimos, con nuestras emociones y con la mejora de nuestras capacidades.

Y aún más, llegaríamos a la felicidad absoluta cuando todas nuestras acciones estén liberadas de cualquier interés propio y persigan solo el bien ajeno. Si lo pensamos bien, amar es precisamente eso, algo trascendente. Ame y sea feliz.

No sé si he sido capaz de explicar este sutil mecanismo de la motivación, cómo transita de lo extrínseco a lo intrínseco y a lo trascendente. Captada la idea, podríamos ahorrar mucho esfuerzo inútil y erradicar todo aquello que no suma a nuestro crecimiento personal. Es más, tendríamos argumentos para situar los bienes materiales en el lugar que les corresponde en nuestra nueva escala de valores. Qué cosa, austeridad en tiempos de crisis que ofrece grandes dosis de motivación. Ya sabe, la felicidad no admite excusas.

www.pablozurita.es