AFIRMA Juan Cruz Ruiz, a quien considero un amigo esencialmente porque es imposible ser enemigo suyo, que desde hace tiempo le preocupa mucho la facilidad con la que se insulta en este país. Una actitud -la de vilipendiar a destajo y la de sustituir la comunicación serena por las palabras proferidas "a voz en grito"- de la que se niega a ser cómplice. Y como el movimiento se demuestra poniéndose uno mismo en marcha, ha escrito el conocido periodista portuense, aunque afincado desde hace años en Madrid, un libro titulado "Contra el insulto".

Una iniciativa de Juan Cruz que, de entrada, recibo con agrado. Lo malo, pues parece que en esta vida siempre ha de haber un "pero" para todo, es lo que leo en una entrevista que le hacen con motivo de la aparición de este ensayo. Interviú en la cual el autor sitúa con precisión el instante en el que los españoles perdieron las formas (se entiende las buenas formas) propiciadoras del éxito logrado por la transición a la democracia. Un espíritu que se diluye, a su entender, a finales de los años 80. "Aquella tregua que nos dimos para ponernos de acuerdo en cosas muy básicas duró apenas ocho años", le dice al periodista que le pregunta "Y, de pronto, en 1993 todos nos pusimos a gritar. Se deslegitimó la victoria socialista de aquel año. Tuvo que intervenir La Zarzuela para sosegar a los jóvenes del Partido Popular". Ah, claro; el PP. Siempre el PP. Mi gozo en un pozo.

Hay dos cosas que no voy a hacer en este artículo ni posiblemente nunca, aunque nunca siempre es mucho tiempo. La primera, defender al PP. No solo al PP, sino a cualquier partido político o a cualquiera de los políticos considerados individualmente, por muy laudatoria que sea su trayectoria. La segunda, discutir con Juan Cruz; alguien que me dio un buen consejo cuando tenía 20 años, pero no le hice caso. También otras personas me dieron consejos entonces, supongo que igual de buenos, pero tampoco los consideré. Cosas de la edad; qué se le va a hacer. Por eso ni siquiera voy a entrar en si determinados planteamientos son directamente un insulto a la inteligencia. En el caso de que haya una mínima cantidad de inteligencia a la que insultar, por supuesto.

Digo esto porque, puestos a insultar, lo de menos son los insultos verbales. De hecho, cabe considerar un insulto no ya a la inteligencia y a la razón, sino también a la moral, que se cierren hospitales y se recorte la asistencia sanitaria en Cataluña por falta de dinero, sin que se supriman las "embajadas" o se renuncie a un solo capítulo de la política de inmersión lingüística. Ya que estamos, también me parece injurioso que una ministra, a saber Leire Pajín, adjudique 100.000 euros en el último Consejo de Ministros presidido por Zapatero para apoyar publicaciones relacionadas con la equiparación social de la mujer. Equiparación que ya está perfectamente regulada, por lo cual solo procede aplicar la ley y dejar caer todo su peso sobre quien la conculque. Podríamos seguir, naturalmente, con una larga lista de agravios algo más que comparativos, pero, ¿para qué? Intuyo que el mayor insulto contra un país es mantener vivos planteamientos que debieron desaparecer hace más de setenta años pero que, increíblemente, siguen vivos.