SE SUPONE que hoy toca comentar lo que se ha dicho y lo que, supuestamente, se ha dejado de decir en el pleno de investidura del señor Rajoy. Dejo tal tarea para sesudos articulistas pues prefiero adentrarme en el mundo paralelo al Congreso de los Diputados; es decir, el mundo real. Un entorno más cotidiano, aunque no necesariamente más amable, en el que, por ejemplo, Ángela Mena me hace saber que nada tiene contra mí, a la vez que me agradece ciertos apoyos en un pasado no tan pretérito. Gratitud mutua, y dicho queda. Pienso que tanto la señora Mena como el señor Rivero se están equivocando con algunas de sus actuaciones, pero los dos son mayores de edad y están en plena posesión de sus facultades mentales para hacer lo que consideren oportuno.

No es este, sin embargo, el entorno poco agradable al que me refiero. Existe también el de los individuos tan empeñados en encontrar un pelo en la sopa, en toparse con algo de lo que protestar, que cuando no lo hallan se ponen a mover agitadamente la cabeza encima del plato hasta que les cae un pelo en la sopa. Tal es el caso de un loco que me persigue desde hace algún tiempo porque soy de los pocos que todavía dejo lo que estoy haciendo para contestar sus llamadas. La última fue para decirme que Rajoy le había expresado, al encontrárselo no recuerdo en donde, la mucha alegría que le producía el que fuese a estar con ellos, pues cierto ministro en potencia (ministrable es una palabra muy empleada durante estos días) le había dicho que lo iba a nombrar jefe de su gabinete. Incluso me indicó el Ministerio que ya le había adjudicado don Mariano al actual presidente del PP canario. No concuerdan con mis informaciones ni, probablemente, con las de ustedes, aunque no merece la pena gastar ni un minuto en cábalas; dentro de cuarenta y ocho horas todos habremos salido de dudas.

Asuntos como estos, sobra explicitarlo, son inocuos. Cierto que a este país siempre le han sobrado charlatanes y le ha hecho mucha falta gente con ganas de trabajar, pero tampoco es cuestión de exterminar a los bufones; también ellos son criaturas del Señor y tienen derecho a la vida. Derecho incluso a la vida política, cuan es el caso de Juan Fernando López Aguilar. Hacía tiempo que no le oíamos ninguno de sus exabruptos. Esta vez ha reaparecido -o ha vuelto a casa por Navidad, como el turrón- en una emisora que se echó al monte el día que le menguaron un poco el dinero público del que vivía, si bien eso es asunto conocido sobre el que tampoco merece la pena incidir. Lo importante, si realmente puede calificarse de importante, es lo manifestado por el Terminator acerca de la corrupción "que ha podrido el sistema político canario" lo cual tiene que ver, según él, "con la complicidad de ciertos medios de comunicación y ciertos fabricadores de opinión a sueldo". Un paisaje, añade, que le produce rechazo. Es evidente que sigue en forma.

Podría preguntarle a López Aguilar si los supuestos corruptos a los que se refiere son quienes ahora gobiernan en Canarias apoyados por su partido y si, a mayor abundamiento, los "opinadores" a sueldo son esos para los que algunos significativos miembros de la progresía regional andan buscando dinero de los empresarios. Podría, pero no lo haré. ¿Para qué?