HOY voy a tratar lo concerniente a ciertos elementos que hacen la vida más agradable, que antes no existían y no se notaba su falta. Hoy, cuando alguno de estos elementos nos falta, nos sentimos muy incómodos en el vivir cotidiano.

Cuando yo arribé, en 1954, estos elementos no existían en la forma adecuada para una vida cómoda. La luz eléctrica en Arona -me refiero al casco del pueblo- era de seis de la tarde a doce de la noche. Provenía de un motor en el molino de gofio propiedad de don Rafael Baute Mesa. Muy grato el recuerdo de Santiago "el Molinero", al que inmortalicé yo en mi libro "40 años de medicina rural en Arona" y en un artículo periodístico posterior al libro. El agua se tomaba de un aljibe en la fonda de la familia Fumero. Ni existía aún la televisión y ni siquiera una radio de pilas.

Cuando yo nací en Santa Cruz de Tenerife, en 1930, en una casa donde abundaba el dinero, ya que mi abuela paterna, Magdalena, era profesora en partos y ganaba el dinero a raudales, había agua corriente y también caliente a través de gas industrial, que provenía de la fábrica de gas y la luz de la Unión Eléctrica de Canarias, y neveras solo para colocar en ella el hielo que cada mañana vendía a domicilio un camioncito. Al llegar al pueblo de Arona, y más tarde a Los Cristianos, no había nada de nada. Yo, que ya había pasado por la experiencia peninsular en la ciudad de Salamanca en 1947, me adapté enseguida, ya que siempre fui hombre capaz de resistir las carencias del momento, es decir, que estaba preparado para todo.

La primera luz eléctrica, y solo unas horas por la tarde hasta medianoche, comenzó con un molino de gofio propiedad del cuñado de mi esposa, Eugenio Reverón Sierra, conocido por "José Miguel". El agua procedía de un aljibe que mandó construir mi suegro y que se nutría del agua de la lluvia al caer sobre la azotea. Se dejaba que este se limpiase y luego se cambiaba el curso del agua que iba a la calle por la del estanque. Al otro lado de la casa había un pozo de agua salobre que se empleaba para los retretes y lavar la ropa de la pila, cuando la marea subía.

Años más tarde llegó el agua corriente e instalé yo una ducha con un tubo en la pared y un rallo. Bien es cierto que había varias fuentes públicas que permitían que los vecinos con sus cacharros tomasen el líquido elemento para su uso.

Para cocinar solo estaban los infiernillos, aquellas cocinas de metal con petróleo. Más tarde ya vino el butano y todo cambió. Neveras no había, al menos en casas de nivel económico como el nuestro, hasta que yo adquirí una que funcionaba con gas butano de la marca "Electrolux". El siguiente fluido eléctrico para algunos privilegiados fue a través de un motor "Barreiros" que adquirió la propiedad del Bar-Restaurante Bahía, que estaba cercano al muelle y frente a la playa, una sociedad formada por Antonio Cabrera y Arturo Alfonso, dos buenas personas, que me honran con su amistad. Siguiendo el relato, he de decir que con mis antecedentes peninsulares nunca me rebelé con estas carencias. Se ve que estaba programado para soportarlos todos. No se me ocurrió en ningún momento recordar al "Tenorio" y recitar aquellos versos: "Llamé al cielo y no me oyó / ya que sus puertas me cierra / de mis pasos en la tierra / responda el cielo y no yo". Para las noches de mis hijos cuando nacieron, al final por aquello de encender la cocinilla a medianoche, compramos cuando pudimos unos biberones termo muy útiles.

Volviendo a la luz, cuando el motor del Bar Bahía reventó por exceso de carga, la familia Tavío, con la que me une una muy buena amistad, puso dos motores en sus edificios, "La Estrella" y "La Chunga", de los cuales se pudo hacer uso. También unas señoras con hábitos que se decían monjas tenían un pequeño motor con el que se servían y daban luz a algunas amistades, y el gobernador civil era el señor Menéndez del Valle, creo que ese era su apellido, hombre aficionado a la pesca de cierta altura. Cada semana venía y, acompañado del alcalde, se iba a pescar. Un día, un residente peninsular, don Exuperancio Posada, organizó una manifestación solo de mujeres y niños en la que uno de mis hijos, Diego Antonio, participó. La gente se agrupó en el muelle. El alcalde, al más puro estilo represivo, ordenó al jefe de la Policía Local tomar nota de las mujeres y los niños. El gobernador ni pestañeó, y al día siguiente ordenó a la Cia. Unelco instalar la luz en Los Cristianos. Hoy, una calle de Los Cristianos le honra con su nombre. Y así se escribe la historia de un pueblo que yo conocí en embrión y hoy resplandece con su luz de aurora.

Pero, ¡ojo!, hay que ser responsable, y me refiero al Ayuntamiento de Arona, para evitar un retroceso en los actuales tiempos de crisis. Que la Virgen del Carmen le proteja con su manto.