ES DE SOBRA conocida mi afición al balompié y a la natación. La que practiqué en serio fue esta última; lo hice con verdadero gusto. Es un deporte que ayuda al desarrollo físico y mental, sin tener que atropellar a nadie, ya que el nadador no tiene contacto físico con sus rivales. En mi adolescencia fui integrante del equipo Real Club Náutico de Tenerife, bajo el magisterio de un gran deportista, el filipino Alfredo García Garamendi.

Del fútbol, una gran devoción por el CD Tenerife, acreditada a través de los años. Fueron muchas tardes en el viejo estadio, más tarde remozado y ampliado. De pequeño con mi padre y mi tío Niabel, su hermano, que había sido árbitro de fútbol y jugador aficionado del CD Olimpia en el viejo campo de la calle capitalina de la Amargura. Cuando llegué al pueblo de Arona, una tarde abrileña en 1954, el fútbol estaba prácticamente muerto, aunque esto solo fuera en apariencia.

En Arona, me refiero al casco del pueblo, quedaban los restos del Club Atlético Arona, más conocido por "el Furia". De golpe y por aclamación, me nombraron presidente. Ya a finales de septiembre, y con vistas al 4 de octubre, día de las Fiestas del Cristo de la Salud, contacté con la sede del CD Tenerife; le invité jugar en Arona. Accedió y este equipo, que ya militaba en 2ª División A, se enfrentó a un equipo de aficionados. El resultado, como era de esperar, fue de 0-5 a favor de los blanquiazules. Su rival de toda la vida era el CD Marino, de Los Cristianos, que ya no jugaba, y en los otros pueblos de la comarca -Granadilla de Abona, Adeje y San Miguel de Abona- tampoco se jugaba ya al fútbol.

Pasa el tiempo y un prócer del deporte, como dejé dicho en mi libro "40 años de medicina rural en Arona", don Miguel Bello Rodríguez, me propuso como delegado de la Federación Tinerfeña de Fútbol de la 2ª Zona Sur. Y allí, sin coche ni ayuda de ninguna clase, cada domingo, de pueblo en pueblo, emprendí la gigantesca tarea de encender la llama en una hoguera de la que solo quedaban rastrojos. Nadie me lo agradeció. Es más, los árbitros que venían de Santa Cruz, dos expertos en esta materia, los señores Alemana y Martín Trujillo, almorzaban en mi casa, de mi pobre mesa, ya que no había dinero para comer en un bar. Pasan los años, y un mal día vienen a Los Cristianos un directivo provincial y el secretario señor Castellano, y dicen que la Delegación no funcionaba. El colmo de la ingratitud, que me hizo recordar de nuevo a Cervantes con la frase lapidaria del Quijote, cuando dijo aquello de: "Cosas veredes, amigo Sancho".

Pasan los años, y el 17 de septiembre de 1959 organizo un partido a beneficio del nadador oriundo de Los Cristianos Jesús Domínguez, conocido por "el Grillo". Formo dos equipos de viejas glorias del CD Marino, y se componen dos equipos, los azules y los negros. Dos de los componentes de ambos equipos ni éramos veteranos ni éramos "vieja glorias". Y por tanto aquí veamos a Marcos Brito Melo y yo. El resultado fue de 5-2 a nuestro favor.

El importe de la taquilla y unos donativos que conseguí yo de don Miguel Bello y don Eugenio Domínguez Alfonso se le entregan al "Grillo", como llamaban a Jesús, para la compra de un taxi.

Años más tarde -tengo fotos pero no puedo recordar la fecha- organizo otro partido benéfico entre el CD Marino y una selección del municipio, y el importe fue entregado al Dr. Buenaventura Ordóñez Vellar, médico y más tarde alcalde de Arona. Todo esto quedó perpetuado en el primero de mis libros. Más tarde conseguí, y no fue fácil, que una calle de Los Cristianos llevase el nombre del médico. No fue tarea fácil pero lo conseguí. Esto me costó que una de sus hijas me escribiese una carta indecorosa, ya que pareció "poco" el relato que hice de su padre en mi capítulo "Buenaventura Ordóñez, médico y alcalde", de mi libro "40 años de medicina rural en Arona". Y así la pequeña historia de un hombre que, sin esperar recompensa alguna, siempre dio su paso al frente para ayudar a los demás.