PREGUNTO a un amigo empresario qué le parecería invertir cien mil euros en un negocio y me dice que prefiere dejar el dinero en un depósito en su bendita caja de ahorros. Argumenta que se lo retribuyen al seis por ciento y que no tiene riesgo, no debe esperar a consolidar las ventas ni recuperar clientes ni bregar con los trabajadores. No cuestiona de dónde saca la entidad el dinero para cumplir con el interés pactado ni cómo lo invierte. Qué más le da, él solo pone la mano. No me atrevo a replicar, aunque creo que debería detenerse a pensarlo. Si ya no da crédito a otras empresas para la actividad productiva ni participa en los mercados de bienes y servicios, solo queda jugar en el mercado financiero. Tierra de tiburones. Todo el proceso con la inefable garantía del G20, que acordó no dejar caer a más bancos. Lo de dar empleo que lo haga el Gobierno.

Ese mismo día, el presidente Rajoy y su consejo de ministros acuerdan subir los impuestos a las rentas del trabajo. Sin atacar la especulación. Y no solo contradice su propio compromiso preelectoral de no gravar más al sufrido contribuyente -nadie actúa libre de pecado-, sino que además no exhibe ninguna novedad: a los que estamos legales nos tienen fritos. Será que no se ha enterado de que el problema fiscal en España es el fraude, miles o cientos de miles de conciudadanos que no participan del sistema, amantes de la economía sumergida, y tanto cómplice que la consiente. Cuánto dinero acumulado debajo del colchón que no tributa. Aunque pueda parecer insolidaria, quizás una potente subida del IVA/IGIC consiga recaudar con eficacia de la actividad económica real. Evitar que el blanco acabe negro.

Sorprende la escasa imaginación del equipo económico entrante. Y me atrevo a proponer cómo contrarrestar el desatino. La subida del IRPF podría estar justificada si pudiéramos desgravarnos todos los gastos, es decir, conseguir que todo el dinero que circula pague. Las deducciones practicadas serían siempre menores que el incremento de la recaudación indirecta y el afloramiento de todo lo que ahora no tributa ni de una manera ni de otra. Y no solo pienso en desgravar los gastos del médico, del abogado o de cualquier otro profesional al que debamos recurrir como particulares, sino también las facturas de un mueble, de unos pantalones o de aquella comida en nuestro restaurante preferido. Se acabó cobrar en negro cuando a todos nos interesa pedir el recibo. Y que el legislador establezca los límites que estime oportunos.

No sé qué es más grave: que el PP mienta en su primera decisión importante o la ausencia absoluta de nuevas ideas. Como vemos, haberlas haylas.

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