EL OBJETIVO fundacional de Pamarsa era inequívoco: promover la construcción del futuro parque marítimo municipal del Puerto de la Cruz, y no precisamente despachar cortados o gestionar aparcamientos. La ilusión primigenia se vio truncada, principalmente, por la incapacidad para llevar a un buen puerto un proyecto que, en el mejor de los casos, tenía que haberse realizado a mediados de los años noventa del pasado siglo. Circunstancias políticas y económicas, y vaya usted a saber qué otros vericuetos administrativos o de conveniencia, imposibilitaron una infraestructura marítima recreativa de primer orden. Ya desde el fracaso de la construcción del delfinario que se había previsto para la zona comprendida entre el castillo de San Felipe y trasera de Mequinez, auspiciado por la entonces empresa israelí Overseas Enterprise, el panorama pintaba feo para las expectativas de expansión y crecimiento de este entorno que solo se sustanció en la gran escollera, que supuso una inversión cercana a los mil millones de pesetas (seis millones de euros) con cargo a las arcas municipales y, por consiguiente, el primer paso hacia el fuerte endeudamiento y déficit estructural. Un espejismo que se disipó con aquel recordado viaje de los entonces alcalde y primer teniente de alcalde, Francisco Afonso Carrillo (de bendita memoria) y Félix Real González, a la sazón concejal de Turismo, a Israel para conocer el gran delfinario de Tel-Aviv, e importar su experiencia a la ciudad turística, y con los primeros estudios batimétricos realizados posteriormente. Luego, nada se supo, salvo una reclamación de la empresa promotora al Ayuntamiento del Puerto de la Cruz por presunto incumplimiento de acuerdo. Ahora bien, el Puerto de la Cruz tiene delfinario, pero en el Loro Parque, gracias a la iniciativa empresarial de Wolfgang Kiessling, que supo, como en la mayoría de su quehacer, anticiparse a los tiempos y a las demandas del público, que podrán ser más o menos discutibles en determinados aspectos de las diferentes tendencias conservacionistas o de protección de las especies exóticas en cautividad.

Las sucesivas modificaciones del objeto social de Pamarsa, fruto en parte de las dilaciones de un proyecto que no cuaja, ha llevado a un callejón sin salida, a un serio compromiso institucional, no solo con los agentes económicos y sociales implicados, sino con el conjunto de la sociedad portuense y de Tenerife.

Con cierta regularidad desde hace muchos años suelo recrearme en el Bar Dinámico de la plaza del Charco. El pasado lunes, alguien me refrescó la memoria acerca de la actualidad de la gestión del negocio hostelero de Pamarsa. La empresa Ródano Tenerife, al parecer, le reclama al Ayuntamiento del Puerto de la Cruz doce millones de euros, tres millones más que el importe del precio de la adjudicación de la concesión administrativa, en concepto de indemnización, como paso previo a un previsible rescate total de la explotación.

Si mal no recuerdo, la empresa concesionaria del negocio hostelero de Pamarsa tuvo que acometer obras de remodelación de parte de la infraestructura turística en Playa Jardín, afrontar el quebranto económico que reportaron el cierre del restaurante del Parque Taoro, debido a las obras de acondicionamiento de la zona, y el rescate parcial de la concesión concerniente a las cafeterías de Martiánez, todo un varapalo difícilmente asumible por la concesionaria, que derivaría en los lógicos incumplimientos e impagos a sus empleados, con los consiguientes conflictos sociales y huelgas. Empleados de la empresa me comentaban, días atrás, que se da la circunstancia de que hay trabajadores a los que se les adeuda en torno a cinco mensualidades y pagas extraordinarias y que, pese a las palabras de tranquilidad y aliento que reciben de la dirección, no se fían. Una intervención de las cajas de los diferentes establecimientos podría tener consecuencias imprevisibles y mucho peor el cierre de los mismos para los trabajadores, paradójicamente en un negocio viable, donde el Bar Dinámico representa su buque insignia.

El Ayuntamiento del Puerto de la Cruz no está en condiciones económicas para afrontar un eventual rescate de la concesión administrativa si ha de abonar, como se dice que pretende Ródano Tenerife, incluso de pagar los nueve millones, precio de la adjudicación.

El Puerto de la Cruz no se puede permitir el lujo de prescindir de un enclave histórico y emblemático como el Bar Dinámico, ni de renunciar a sus legítimas aspiraciones encarnadas en su parque marítimo y puerto deportivo, comercial y pesquero.