El domingo, a eso de las once de la mañana, encontré a dos motoristas de la Policía Local de La Orotava en el aparcamiento de La Caldera. Pensé que su presencia en tan agraciado lugar -los pinares del Norte de Tenerife son el mejor regalo que le ha hecho la naturaleza a este Archipiélago- estaba motivado por alguna competición deportiva o acontecimiento de cualquier otro tipo, pues nunca había visto munícipes en esa zona y mucho menos de dos en dos. Pero no; por aquellos pagos, y a la mencionada hora, todo parecía tranquilo. Ni siquiera la media docena de coches, sosegadamente estacionados, requerían que alguien regulase un tráfico inexistente. ¿Qué podían estar haciendo allí aquellos agentes un domingo soleado, salvo respirar el aire puro y conversar sobre asuntos personales, según me pareció por lo poco que oí al descender de mi vehículo?

Una pregunta que me sigo formulando dos o tres días después. No ya movido por la obligada curiosidad de periodista, sino meramente como un ciudadano que paga, en parte alícuota, tanto el sueldo de esos funcionarios como el de todos los demás. Algo que me recordaba este lunes mi gestor fiscal al informarme de los nuevos porcentajes de retenciones vigentes desde el 1 de enero.

Sobra decir que no se me ocurrió preguntarle a ninguno de ambos policías el motivo de su despliegue en La Caldera. Hace unos meses, un amigo de quien esto escribe encontró en una calle santacrucera, un día cualquiera también a media mañana, a varios agentes de la Unipol cuadrados, tiesos, adusto el gesto, escrutadores ojos debajo de las impenetrables gafas de sol, y tuvo la osadía de indagar si pasaba algo. "¡Circule!", fue la respuesta que le dio uno de aquellos hombres de Harrelson -o SWAT chicharrero- sin mover la cabeza ni un milímetro. Vete por ahí, le hubiera espetado yo en caso de recibir tal respuesta. Lo cual, ustedes se harán cargo, hubiese ocasionado que diese con mis huesos en el suelo tendido boca abajo mientras me engrilletaban como a un terrorista peligroso. "¿Y a usted qué le importa?", me hubiesen contestado posiblemente los agentes del monte. Eso con suerte, claro, porque si les da por ponerse en sus tres -y en este país no hace falta que suceda nada extraordinario para que un señor con uniforme, y mucho más si es una señora, se ponga flamenco-, a lo peor regreso a la Villa en coche celular. Lo cual no era plan, máxime yendo tan bien acompañado como iba.

A los agentes no, pero a la señora jefa de la Policía Local orotavense sí tengo el atrevimiento de preguntarle por la presencia en La Caldera de los guardias a sus órdenes. Huelga precisar que su silencio estaría completamente justificado si ambos agentes de la autoridad estuviesen realizando una misión de alto secreto; si tuviesen entre manos un asunto emanado del Ministerio de Interior o, ¿por qué no?, del CNI. O de la CIA, habida cuenta de que nada les impide a los gringos tener intereses en la orilla del monte. De no ser así, insisto, nada escuda un silencio oficial al respecto. Bien es verdad que también podría hacerle la misma consulta al alcalde. Sin embargo, como conozco lo muy ocupado que anda Isaac Valencia atendiendo los intereses de los coburgos, prefiero no distraerlo de tan encomiable tarea.