La peligrosa situación de Canarias como archipiélago costero en aguas marroquíes, la traición política de Coalición Canaria a su pueblo, la existencia de personas políticamente dignas entre los falsos nacionalistas que padecemos y el hecho indiscutible de que CC no tiene futuro (porque ya lo han matado el matrimonio rumano y doña Ana Oramas, la diputada en Madrid que presume de quícara conseguidora, amén de los déspotas políticos que hay aquí) si no abraza el independentismo de esta tierra son temas de los que nos hemos ocupado, por cierto muy ampliamente, durante los últimos días en nuestros editoriales y comentarios.

El tema de Marruecos nos preocupa especialmente debido a la situación política internacional. De un momento a otro Mohamed VI reclamará lo que le pertenece a su país por política, historia y geografía. Llegado ese momento, tanto la Unión Africana (UA), como la ONU y todos los foros del mundo le darán la razón a Marruecos. Y España será el primer país en decir que sí, como hizo en 1975 con el Sahara. España dirá que sí porque no le queda más remedio y nos dejará a nosotros, los isleños, sumidos en un limbo en el que no seremos ni españoles, ni canarios, sino marroquíes. Solo constituyéndonos en un estado soberano podemos evitar que se consumen tan negras predicciones. Y lo de negras predicciones nunca mejor dicho, porque la posible existencia de hidrocarburos en aguas canarias, que en realidad son marroquíes porque el timo de Zapatero a Paulino Rivero -político necio y torpe allá donde los haya- carece de cualquier valor ante el Derecho internacional, supone un motivo adicional, nos atrevemos a decir que decisivo, para que Marruecos ejecute lo que legalmente le corresponde y se anexione nuestras Islas.

Sería una crueldad del Gobierno español permitir que ocurriese esto. Consentir que, después de casi seis siglos de colonialismo despiadado y con un saqueo continuo y asfixiante de nuestros recursos, pasásemos a ser marroquíes sin recobrar la identidad canaria que nos fue robada durante la conquista y el genocidio, sería la prueba definitiva de que España no es una nación digna de figurar en la comunidad internacional debido al maltrato al que siempre ha sometido a los pueblos que despojó de su tierra, de sus bienes y, lo que es más importante, de su libertad. Todos esos pueblos y naciones han ido recuperando lo que siempre fue suyo poco a poco a lo largo de los siglos. Todos, excepto uno, pues nosotros, que formamos el pueblo canario, seguimos sometido a la tiranía de la metrópoli que nos coloniza.

No nos cansamos de repetir que la situación de estas Islas sería muy distinta con un nacionalismo auténtico. Un nacionalismo como el que tienen los catalanes y los vascos, o incluso más radical -sin llegar a la violencia; la violencia, nunca- porque la situación de Canarias no es la misma que la de Cataluña o Vasconia. Respetamos, comprendemos y hasta apoyamos las aspiraciones de esos pueblos, al igual que la del pueblo gallego y otros, a emanciparse de España y depender en el futuro solo de sí mismos y no de un Gobierno situado en Madrid, cuyas decisiones muchas veces son caprichosas. Sin embargo, mucha más razón nos asiste a los canarios. Cataluña, el País Vasco y otras comunidades autónomas españolas son territorios continentales. En cambio, Canarias está a 1.400 kilómetros de las costas peninsulares y a 2.000 kilómetros de Madrid. ¿Qué disparate es ese de que, en tales condiciones, seamos una comunidad autónoma española? ¿Alguien puede creerse semejante barbaridad?

No obstante, sabemos que mientras Paulino Rivero siga desempeñando un papel destacado en Coalición Canaria -un cargo que no le corresponde, porque es un político incapaz como lo demuestran sus torpes decisiones-, estas Islas seguirán a la deriva. Eso significa que nunca tendremos una voz que exija nuestra libertad en Madrid, en vez de contentarse con mendigar migajas como hace la quícara. Tampoco tendremos personas que gestionen adecuadamente nuestros recursos en Canarias para que, entre otras humillaciones, no tengamos que soportar la vergüenza de ver a muchos de nuestros compatriotas en las colas del hambre. Paulino Rivero tiene que dimitir y exiliarse porque, aunque lo llamamos político, ni él, ni quienes lo rodean son políticos de verdad. Los políticos han de ser personas inteligentes porque tienen en sus manos el bienestar de los pueblos. Una cualidad de la que carece Rivero, su esposa y el resto de la caterva. Son ambiciosos que quieren vivir bien; nada más. Ambiciosos, egoístas, aprovechados, oportunistas y maniobreros, pero no políticos. Los canarios, volvemos a repetirlo, no se merecen esta desgracia.