CUMPLIENDO lo prometido, voy a hablarles hoy del suceso que yo titulé "el crimen de Los Cristianos". El retraso ha sido porque, dado lo antiguo del caso, he tardado en ordenar los datos en mi memoria. Como preámbulo, decir que a Los Cristianos ya iban llegando turistas de forma esporádica, pero que decidían fijar aquí su residencia. Y esto ocurre con la señora Rachel Pouliot, natural de Quebec (Canadá), es decir, de origen galo. Mujer añosa, menuda, pintora y aficionada a las bebidas etílicas.

Vivía en un apartamento próximo a mi domicilio y tenía unas ansias enormes de vivir. Por aquel tiempo llegó a Los Cristianos un tal don Esteban, al menos así lo llamaba la gente del pueblo. Al parecer había sido comodoro de la marina británica y estaba viudo. Encargó construir un chalet por encima de la platanera allí existente y que en su día dejó paso a los apartamentos "Santa Amalia". Siempre estuvo rodeado de mujeres añosas, incluso una en permanente estado de embriaguez y a la que el marido abandonó. Un día se cayó al suelo en una de sus melopeas y hubo de suturar una herida en el mentón. Recuerdo que al colocarle el vendaje de esparadrapo dije para mí: "Ahí tiene la miltraja". A los pocos días fallecía de un coma hepático. Por aquellos tiempos habían llegado a esta playa dos súbditas suizas de mediana edad y que procedían del cantón alemán. Antes de todo esto, arribó por estos lugares un joven alemán de nombre Kurt Krausse. Se dedicó a proyectar cine de 16 mm en un salón al aire libre. Más tarde consiguió licencia municipal para instalar una caseta bar en el cruce de la vía que va de Los Cristianos a La Camella y Valle San Lorenzo y subiendo a la izquierda al casco de Arona. Un buen día las suizas se lo arrendaron.

Y vayamos ya con el día de autos. La tarde del 10 de septiembre de 1966, que era domingo, se celebraba en la vecina Villa de Adeje el día mayor de sus fiestas. Por la tarde estuve sentado en la terraza de un bar y allí hablé con la más joven de las suizas, que para mí fue la protagonista de los hechos que acontecieron esa noche. Le pregunté en alemán que si pensaban marcharse y me dijo que de momento no. Esa noche me fui a la fiesta de Adeje con mi esposa. A la mañana siguiente, muy temprano, tocaron en mi domicilio y un vecino del pueblo, conociendo mi condición de juez de paz titular de Arona, me dijo que la señora Rachel había aparecido muerta en el "chalet del Peña". Así se llamaba entonces el bello edificio de don José Peña, suegro de mi recordado amigo don José Antonio Tavío Alfonso. Ordené a un empleado de la limpieza municipal llamado Lorenzo Pérez Díaz, al año siguiente miembro de la Cruz Roja Española, cuando yo fundé esta Asamblea en Los Cristianos. Me comuniqué con el juez de instrucción de Partido, mi recordado amigo don José Antonio González y González. Se avisó a la Guardia Civil y al médido titular, Dr. Calamita González, y la máquina de la Justicia comenzó su andadura.

Vamos a intentar narrar lo sucedido la tarde anterior a este suceso. Esa tarde del 10 de octubre la señora Rachel acudió a los apartamentos "Rosamar" para visitar a sus amigas, las suizas. Testigos fueron Teresa, la encargada del negocio, y mi amigo don Luis Bethencourt. Llegó esta, preguntó por sus amigas y le dijeron que estaban en su apartamento. Llamó y dijo textualmente y a viva voz: "Hello, girls". Nadie contestó. Decir, y eso lo supe más tarde, ya que a estos apartamentos había acudido multitud de veces a prestar mis servicios profesionales, que este edificio tenía otra salida al final de su pasillo, por lo que resultó muy fácil para las suizas salir y esperar a la señora Rachel, a la altura del chalet de don José Peña. Cuando yo llegué al lugar a la mañana del día 11 en mi función judicial, doña Rachel estaba en posición de decúbito supino apoyada en el escalón de cemento a la entrada del jardín. Estaba su traje limpio, no tenía ninguna herida ni rozadura. Si hubiese caído hacia atrás, en una hipótesis de lucha, hubiese sufrido una herida en el occipital. Para mí fue depositada en el suelo al darse cuenta el actor o actora de que estaba muerta. Le faltaba la prótesis inferior de su dentadura postiza, que se encontró en la azotea del edificio, por lo que el atacante que se encontró con aquello en la mano la tiró y cayó en la terraza superior. Yo hice la prueba con una piedra y así fue lo ocurrido.

Llegó el juez de instrucción. Inspección ocular y traslado al cementerio. Dictamen forense: muerte por inhibición neurovascular. Sintió un miedo atroz y se inhibieron sus funciones vitales. El juez solicitó la cooperación del Cuerpo General de Policía de entonces y acudieron dos inspectores, los señores Miranda y Murde Lora.

Esos días andaba por la playa un sujeto joven, creo que natural de Casas Viejas, delgado, con unos ojos saltones. Una vez le vi en un bar. En aquel entonces realizaba yo ciertos días el curso de capacitación para hacerme cargo de la Jefatura de base, recién creado el Servicio de Auxilio en Carretera de la Jefatura General de Tráfico. Aún no había autopista y bajaba con mi coche por la conocida como ladera de Güímar; subí con otro coche, el del alcalde de Arona en ese momento, mi amigo Eloy García y García, que iba acompañado del cabo 12 de la Guardia Civil, el del puesto de Arona. Pararon y todos contentos me dijeron que ya tenían asesino. Al parecer la Policía le había visto fumando marihuana, le apretaron un poco "las tuercas" y confesó. Al final hubo que dejarlo en libertad. En este caso, el juez ordenó un careo e interrogatorio con la suiza, a la más joven me refiero. Esta, que sabía castellano, se negó a hablar salvo que fuera en alemán. Y heme aquí de intérprete. O sea, que fui la primera autoridad judicial en intervenir, ayudante de forense y, al final, intérprete.

La mujer se contradijo en muchas ocasiones, estaba nerviosa y jugaba a dos bandas, ya que antes de hablarle en alemán conocía la misma el español. El juez pudo retener el pasaporte, pero por aquello de extranjera tuvo temor a conflictos diplomáticos y aquella que la tarde del 10 de octubre se iba a quedar tomó el avión lo más pronto que pudo.

Años más tarde regresó a Los Cristianos. Estuvo en mi consulta sola, ya que la compañera estaba también aquí pero sola. Le presté mis servicios y en ningún momento se tocó el tema de doña Rachel. Esta reposa en el cementerio de Santa Salomé de Arona.

Moraleja: fue, a mi juicio, la presencia del comodoro inglés y su dinero lo que movió los hilos de esta especie de lucha intestina para alcanzar el poder.

Ya lo dijo don Francisco de Quevedo y Villegas: poderoso caballero es Don Dinero.