En el transcurso de la conversación, Inés Arozena, una de las pasajeras que, junto a su marido y su hija, de tres años, viajaban en el crucero "Costa Concordia" que encalló en aguas de la isla toscana de Giglio, en Italia, rememora la aciaga noche y repite constantemente que fue una experiencia para olvidar aunque confiesa que "no voy a poder hacerlo. Fue horrible, un caos, una desorientación total de todo", lamenta.

Hoy, estando a salvo, ella y su familia en su casa de El Médano, en Granadilla de Abona, se muestra agradecida por la experiencia acumulada en otros cruceros que realizaron anteriormente y que les proporcionó la información suficiente como para mantenerse sobre aviso desde el mismo momento en que sintieron que las cosas no iban bien. Ese instinto de alerta los animó a buscar la información necesaria, detrás de la puerta de su habitación, para situar con exactitud la cubierta que habría de ser su punto de encuentro en caso de una posible evacuación. Lograron mantener la traquilidad "por la niña, pero la procesión iba por dentro", sentencia.

Para Inés, el problema estuvo básicamente en "que la gente en ningún momento conocía dónde tenía que ir, nunca se hizo un simulacro de evacuación y nosotros, gracias a Dios, hemos hecho algún crucero más y algún simulacro y más o menos sabíamos lo que había que hacer".

Esta pasajera radicada en Tenerife tiene el recuerdo de esa noche muy presente. Quizá porque esté muy cercano en el tiempo, habla de forma fluida a pesar de que en algunos tramos del relato se nota cómo se le agolpan las imágenes por momentos. Para EL DÍA desgrana los detalles de una de las noches más terribles y angustiosas que ha tenido que vivir, "no por nosotros, que sabemos nadar y podíamos alcanzar la costa a nado, pero la niña no, y no tenía chaleco salvavidas porque salimos del camarote en pijama y sin nada más", manifestó.

Todo comenzó en el interior del camarote, allí es donde se encontraba esta pareja cuando sintieron el estruendo generado por el impacto de la nave contra las rocas. "Se notó una fuerte vibración, el barco se empezó a inclinar y la niña me preguntaba: ¿Qué pasa, mamá?, ¿qué pasa?, y yo le decía: Nada, tranquila, tranquila".

Solos ante la evacuación

Inmediatamente después de producirse la colisión, se fue la luz. En la oscuridad y con la incertidumbre por no saber qué estaba pasando, escucharon por megafonía que les informaban de que "todo estaba bien y que se trataba de un problema eléctrico". Esto les tranquilizó, pero solo momentáneamente porque "seguíamos con la mosca detrás de la oreja". Por eso, Inés le pidió a Bernardo que mirara detrás de la puerta "para ver dónde tenían que ir en caso de emergencia... Por si acaso", farfulla. Acto seguido, su marido activó la linterna del móvil y tomó nota de la ubicación donde tenían que acudir: puente 4, lado A.

Aunque seguían escuchando por megafonía, una y otra vez, los mismos mensajes tranquilizadores, la pareja se calzó unos zapatos, se pusieron sus respectivas chaquetas y salieron a ver qué pasaba porque "seguíamos sin luz, la niña estaba asustada y no íbamos a quedarnos allí", explicó.

A continuación subieron al puente 9, a cubierta, y allí comprobaron que "el barco estaba totalmente parado, inclinado hacia un lado, no se escuchaba el sonido del motor y estaban a la deriva".

El tiempo pasaba y a través de los altavoces seguían reiterando que todo estaba bien, que era "un problema de un generador eléctrico". Nunca olvidarán "la bajada por la escalera, con la niña en brazos y con el barco de lado" o cuando se dieron cuenta de que no habían cogido chalecos salvavidas del camarote. Mientras, la señal para salir de allí no llegaba.

Según relata Inés, "nos tuvieron una hora esperando, muy cerca del miniclub de los niños mientras el barco seguía inclinándose". El personal del barco les pidió entonces que no se movieran, que esperaran sentados hasta recibir nuevas órdenes "porque estaban cayendo mesas y sillas".

En medio de una espera que se les hizo eterna y sembrada de imágenes llenas de confusión, por fin llegó el aviso de desalojo, el que esperaban, el de evacuación, "las siete bocinas con la octava larga".

Aunque seguían sin chalecos decidieron bajar al puente 4, "donde sabíamos que teníamos que ir", pero topándose con gente que a su vez desconocía qué debía hacer y que deambulaba, desorientada, de un lado para otro. Como imperaban el desconocimiento y el descontrol, "la gente se agolpó para subirse a los botes", más personas de las que realmente cabían en ellos. No obstante, "pudimos salir, en el tercer o cuarto bote salvavidas, cuando el barco aún no estaba inclinado del todo", dijo recordando la caótica evacuación.

Todas las pertenencias de la familia, equipaje y documentación, se quedaron en el interior del barco, "solo cogimos las llaves de la habitación y el móvil de Bernardo, porque tenía linterna, pero desde el que no podíamos llamar porque su teléfono no tenía línea en Italia". La pequeña, que solo vestía su pijama y unas cholas, era su máxima preocupación porque "después de llegar al punto donde teníamos que embarcar, seguíamos sin chalecos, aunque al final, uno de los que organizaban la evacuación y que no era sino una de las chicas que atendía el spa del barco, me dijo que me conseguiría uno para la niña y gracias a ella que me lo trajo", recuerda con alivio.

Ya en el interior del bote salvavidas, la situación no era mejor, "parecía una ratonera, con la gente gritando: ¡Vamos a morir ahogados!. Cuando la lancha tocó el agua, la gente empezó a aplaudir" una vez comprobaron que se dirigían a la costa, que, por otro lado, estaba tan solo a unos pocos metros de donde se estaba desarrollando la tragedia.

Larga y angustiosa espera

Ya en tierra, los vecinos de la isla de Giglio los acogieron y les proporcionaron todo lo que necesitaban, teniendo en cuenta que viajaban con lo puesto. "El pueblito aquel se volcó con nosotros, nos abrieron un hotel y pudimos descansar un rato". A la mañana siguiente, aún con el miedo instalado en el cuerpo, "nos subieron a otro ferry, similar a los que hacen los trayectos aquí, entre islas, y en la bodega, donde van los coches porque iba lleno". Una vez habían desembarcado en el otro puerto, del que no recuerdan siquiera el nombre, fueron recibidos por un gran despliegue que comprendía al ejército, bomberos, policía, Cruz Roja e incluso había un pequeño hospital de campaña donde recibieron las primeras atenciones sanitarias.

Exhaustos por el viaje y la tragedia vivida, los trámites en el puerto se les antojaron lentos. El proceso se ralentizaba necesariamente ante la atención sanitaria que tenían que dispensar a las algo más de 4.200 personas que llegaron a juntarse en aquel punto, "sobre 3.000 turistas y más de 1.000 miembros de la tripulación.".

Una vez realizados los exámenes médicos oportunos, los llevaron a un colegio donde ya los organizaron para su posterior traslado a diferentes hoteles de la zona. "Desde las 21:30 horas de la noche que pasó todo, yo llegué a una cama a las 8:30 de la mañana con la cría", lamenta. "Un caos", repite constantemente.

Con respecto a la marinería del "Costa Concordia" y las numerosas quejas a consecuencia del apresurado abandono de un barco que estaba en pleno naufragio, Inés asegura que "en ningún momento supo dónde estaban"; sin embargo, sí es contundente a la hora de valorar la hora larga que los tuvieron esperando desde que chocaron contra las rocas hasta que sonó la señal de evacuación, aunque reconoce que perdió la noción del tiempo y que se siente incapaz de calcular cuánto transcurrió: "Si nos hubiesen desembarcado desde que se produjo el primer impacto, se hubiese salvado todo el mundo, igual que si se hubiera hecho un simulacro de evacuación. El problema es que la gente no sabía qué tenía qué hacer, para muchos era su primer crucero", insiste.

Inés y Bernardo están decididos a denunciar, de hecho, ahora están mirando "qué tienen que hacer a través de la agencia de viajes", además de que, "cuando estuvimos en el hotel en Roma, había personal de la embajada española y les dejamos los datos para hacer una denuncia colectiva".

Nunca más

Es categórica cuando le preguntamos, habiendo sido turista habitual de crucero, si volvería a embarcarse en uno de estos viajes. Aunque su voz y su entonación denotan cansancio, ríe nerviosa y afirma: "Ahora mismo no. Con la experiencia que teníamos, creíamos que no iba a pasar nada, ¿cómo se va a hundir un bicho tan grande?", se preguntó a sí misma sin hallar respuesta alguna. "Nuestro miedo era que estábamos tan cerca de la costa. Yo se lo preguntaba a mi marido: Bernar, ¿por qué estamos tan cerca?"

Sin duda, la tragedia vivida ya representa un antes y un después en las vidas de Inés, Bernardo y su hija con la que han tenido que aprender a convivir y superar, que no olvidar, realizando durante la mañana de ayer las tediosas gestiones para la obtención de nueva documentación. La suya quedó en el interior de un camarote del "Costa Concordia", ahora encallado en la costa de la isla de Giglio.