No es la primera vez que el Tenerife paga el precio de regalar un partido en casa para que sea el público el que eche a un entrenador moribundo. Sucedió la pasada temporada con Arconada y con Mandía y ocurrió otra vez ayer. Calderón estaba al borde del precipicio desde la triste mañana del empate con el Marino de Luanco, lo habrían cesado con una derrota en Vecindario, tenían el sustituto elegido y contactado (tanto que se filtró a los dos minutos del cese de ayer), pero necesitaban crear el escenario, estaban esperando por el coro ¡Calderón, dimisión! para no quemarse en la toma de decisiones que, a mitad de semana y sin una situación límite como excusa, no se atreven a afrontar. Es el mismo escenario diseñado para provocar la caída de Santiago Llorente... El objetivo principal es que la ola no llegue al Palco. Ya cayó Calderón, que pase el siguiente.

El mal del Tenerife es muy profundo y excede de los límites del terreno de juego. Calderón ha sido solo un actor secundario en la larga secuencia de errores que conducen al equipo a esta situación y que datan del famoso año del ascenso a Primera División. Pero tomando el guión por el final, hay que apresurarse a decir que aún siendo un entrenador absolutamente incompetente, como lo ha demostrado aquí, Calderón no es el único culpable. Detrás está Cordero, que hizo una plantilla descompensada, en la que faltan las piezas claves: un organizador y un hombre gol ¡casi nada!, y que ahora se ve abocado a reestructurar el plantel a mitad de temporada. Pero él lo vende como un alarde gestor, después de gastar un presupuesto de club millonario y romper el mercado en la categoría.

Envidia ajena.- El público del estadio ha sido humillado una y otra vez. La sensación de ver al Tenerife de esta manera es durísima. Ayer fue el Sporting B el que puso el fútbol, la técnica, la organización, el talento y hasta el plus de ilusión ante un rival plagado de futbolistas caros, pero desamparados tácticamente, asustados ante la indignación ya acostumbrada en un escenario que les supera.

No se puede decir que el Tenerife jugó su peor partido, porque no es verdad. Incluso en los primeros 20 minutos dispuso de cuatro ocasiones de marcar por medio de Víctor Bravo (7''), Chechu (13''), Aridane (17'') y Chechu otra vez (18''), fruto del fútbol combinativo y dinámico que hilvanó en el último tercio del campo, pero no marcó el gol que mereció y pasado ese tramo de partido empezó a sufrir, porque se manejó con un balance defensivo pésimo; Kitoko jugó por delante de Abel y terminó las acciones muy arriba, con lo que el equipo se partía en dos mitades cada vez que el Sporting robaba el balón y salía en contraataque. La sensación de inseguridad se transmitió de inmediato y se acentuó cuando Guerrero marcó el 0-1 en una acción de insólita pasividad defensiva en el área. Fue una jugada que define la tibieza, mejor dicho, la extraña frialdad con la que el Tenerife se manejó durante todo el primer tiempo. Para colmo de males, Muñiz marcó un bellísimo gol de falta y puso un 0-2 cruel para un Tenerife destartalado, que llegaba ya solo por empuje y que seguía fallando ocasiones tan claras como la de Aridane (40'') solo ante el meta. El grancanario remató tan flojo que pareció contagiado con el pasmo general del equipo.

Para la galería.- Calderón reformó su dibujo, antes lastrado por lagunas tan ostensibles como la soledad de Abel en el eje o la insulsa presencia de David Medina en el lateral derecho. Rehízo el bloque, colocó otro delantero alto y jugó 4-1-3-2, pero con las piezas trocadas. Nico por dentro y nadie de desborde por fuera (incluso cuando entró Perona lo colocó en un costado, sin desborde), luego ¿quién le ponía los balones a Aridane y Kiko? Nadie. El Tenerife de la segunda parte fue solo voluntad, esfuerzo y frustración, a pesar de que marcó pronto y a pesar también de que contó con un árbitro abusador como aliado. Regaló el penalty del empate y arrasó a los filiales con tarjetas injustas algunas de ellas.

El Sporting no se descompuso y su entrenador manejó muy bien la situación. Cuando se vio achuchado, quitó a un atacante y puso otro centrocampista (Carlines), con lo que gozó de superioridad en el medio y empezó a salir con peligro. El destino estaba escrito y llegó la sentencia. Fue en una brillante jugada de Mendy, una de sus perlas (las otras son Muñiz y Serrano), el extremo se fue, chutó frente a Sergio y Guerrero aprovechó el rechace para hacer el merecido 2-3. Punto y aparte.