Va muy lento el Gobierno de Rajoy en la reforma laboral, que es clave para sacar a España del abismo en el que la han dejado los socialistas de Zapatero. No nos resulta grato hablar de España porque es el país que nos coloniza vilmente desde hace casi seis siglos pero, por desgracia, mientras no nos sacudamos el yugo colonial, lo que ocurre en la metrópoli nos afecta de manera implacable. No tenemos leyes propias, pues nos rigen las que dictan y nos imponen los españoles. Ni tampoco tenemos una Justicia propia impartida por jueces canarios que nos juzguen sin rencor. Y en lo económico, pues siguiendo en la misma línea igualmente estamos privados de capacidad de decisión propia. Solo podemos asistir como espectadores impotentes al saqueo de nuestros bienes porque, dicho con palabras comprensibles para el pueblo, estamos sometidos a unas normas laborales arcaicas; normas en gran parte heredadas del franquismo. Los sindicatos que tiene España actualmente, y que posee Canarias -lo repetimos- por imposición colonial, se asemejan más a los sindicatos verticales de los tiempos del general que a las modernas organizaciones sindicales existentes en países avanzados como Francia y Alemania.

Nos parece una tomadura de pelo que el nuevo Gobierno haya reducido solo en un veinte por ciento la aportación que hace el Estado a unas organizaciones que solo podemos calificar de casas de acogida para vagos, dicho sea con las disculpas por delante a aquellos sindicalistas serios; que los hay, aunque sean tan escasos como los nacionalistas auténticos de CC. Esa reducción es el chocolate del loro. Hay que cortar cualquier subvención a los sindicatos desde ahora mismo. Ni un euro para estas organizaciones, ni tampoco, naturalmente, para los partidos políticos. Hasta nos atrevemos a decir que ni siquiera para las patronales, aunque no podemos olvidar que los empresarios de este país, pese a ser los que generan el empleo, han sido muy maltratados e incluso perseguidos. Y lo han sido tanto en España como en Canarias, donde algunos personajes políticamente deleznables han atacado por envidia y rencor a gente muy decente y trabajadora.

No estamos en contra de los sindicatos, pues somos conscientes de que los trabajadores deben organizarse, y también tener su representación dentro de las empresas, para evitar abusos. Sin embargo, este derecho al sindicalismo no puede convertirse a su vez en un abuso que tiene su faceta más perniciosa en la existencia de los comités de empresa. De nuevo estamos ante un refugio de vagos que, como hemos dicho en días anteriores, viven del esfuerzo de sus compañeros a la vez que pretenden ser, nada menos, que una empresa dentro de la empresa. Un disparate.

Sabemos, asimismo, que el Gobierno de Rajoy difícilmente va a optar por el despido libre por temor a que los sindicatos saquen la gente a la calle. Pensamos que es un error, porque no se producirá una disminución del paro significativa mientras los empresarios no tengan la misma libertad para despedir que para contratar. El despido libre existe en todo el mundo civilizado menos en España, que es donde empieza África, hablando en sentido peyorativo y con perdón.

La verdadera democracia empieza por tener unos sindicatos libres. Y solo pueden ser libres si están mantenidos por sus afiliados. Si reciben dinero del Gobierno siempre estarán al servicio de quien les paga. Es decir, abogamos por sindicatos no subvencionados con fondos públicos y por el despido libre, pues esto es lo único que garantiza la estabilidad del empleo. Todo ello sin olvidar los ya mencionados comités de empresa, que fomentan la práctica de la indisciplina, ponen en cuestión la autoridad del empresario, permiten la entrada de sindicalistas a insultar a la empresa dentro de la propia casa y son, lo repetimos una vez más, la casa de acogida de los gandules a los que el empresario debe mantener por obligación siendo inútiles. Sin liberalismo total en la contratación laboral, difícilmente saldremos de la crisis.

Como puede comprobarse sin más que leer las noticias de los periódicos, a todos estos inconvenientes que lastran el funcionamiento normal de las empresas se une en las Islas la existencia de un Gobierno de ineptos presidido por un necio político; por un bruto que sigue en el poder gracias a un pacto vergonzoso con los perdedores de las elecciones. No nos cabe la menor duda de que la recuperación económica de Canarias será muy difícil, o incluso imposible, sin que antes desaparezcan del escenario político Paulino Rivero, Ángela Mena y el resto de la caterva. Todos ellos son los primeros a los que hay que aplicarles el despido libre.