HOY QUISIERA hablaros de las tiendas de comestibles de Los Cristianos de entonces. Tiempos heroicos pero gratos en el recuerdo. Aún no había sonado la hora de las grandes superficies, repletas de artículos variados, pero sin el trato humano y ameno de los antiguos venteros. Aquello de que cuando te fiaban algo o bien anotaban tus compras del mes, las que abonarías cuando este se cumpliese, estaba lleno de amabilidad y ternura. Hoy, en estos supermercados sin alma, eres un número más y tu presencia pasará desapercibida, siendo un número más en la vorágine de la vida moderna.

El relato lo haremos a vuelapluma y sin orden, conforme vayan fluyendo en la memoria. En El Cabezo, al comienzo de este, la tienda de Domingo Linares, venido de los altos, es decir, de La Escalona, un pago de Vilaflor. Era una vieja casa de dos plantas. Arriba la vivienda y abajo la tiendita. Esta familia más tarde compró un solar en la calle principal y edificó una casa de varias plantas y en los bajos instaló un bar-restaurante, donde la primera cocinera fue la esposa de Linares. Más tarde ya tuvieron cocinero, recordando a don Francisco, un buen hombre cargado de hijos, a cuya esposa asistí en más de un parto y nunca le cobré un duro. Era mi manera particular de ejercitar la caridad cristiana.

Un poco más abajo estaba el bar-panadería de un buen hombre, Manuel Rodríguez Melo. Algo más arriba, y ya en la calle principal, la tienda de don Eloy García Melo, padrino de bautismo de mi esposa. A la derecha de la calle y subiendo, la tienda de mi suegro, don Diego Reverón Tacoronte, que terminaba su labor al contraer matrimonio con su hija Elsa el 1 de marzo de 1956. Casi al frente, la tienda de Nicomedes Martín Melo y Mariana, su esposa. Calle arriba, la tienda de doña Lola Miranda, que antes había tenido un surtidor de combustible, como tuvo mi suegro, y más arriba, a la derecha, la tienda de Lucía Reverón Sierra, con surtidor incluido.

Próxima a la casa de mis suegros, mirando al mar, estaba la tienda-vivienda del vecino Sixto, que además no se llamaba así, sino Pedro Alayón Delgado, y era del casco de Arona. Siguiendo calle General Franco arriba, en la calle hoy de su nombre, estaba la tienda y locutorio de Telefónica, de la vecina Amalia Alayón.

Al dejar la Guardia Civil su sobrino Manolo, la tienda adquirió para mí y otros aficionados al deporte del balompié un interés inusitado, ya que Manolo, junto a don Agustín "el Villano", eran los únicos vecinos que poseían una radio con transistores. Y allí cada domingo, después de almorzar, habano en ristre, iba yo para la tienda, donde me dejaban una silla y nos pasábamos la tarde escuchando "Tablero deportivo", si antes no me llamaban de urgencia para algún herido u otra emergencia.

Otra tienda recordada, la de María Luisa Melo, conocida por "la Rubia", en la hoy avenida de Suecia. Y más arriba, casi en la montaña, otra tienda de un buen gomero, compañero de Cruz Roja, conocido por Ramón Pino.

Y citando algunos bares del momento: calle principal, Manuel Delgado Miranda, con un bar polifacético: juegos de cartas y dominó, bailes con tocadiscos o alguna orquesta, o cine de 16 mm al aire libre. Muy grata su memoria. Otros bares, amén de la venta de Manolo Rodríguez: estaba el bar Unión, de los vecinos Juan Sierra Moreno, conocido por "el Viudo", y Nicolás Sierra Melo. En la calle de Juan XXIII, nombre actual, el bar La Lapa, de un tal Gerardo, y en la esquina, El Burgado, de Lorenzo el de Herminia; y en la esquina, la barbería de Victoriano Melo Tavío, conocido por Leónides, y a la vuelta una tienda de su hermana Carmen.

Y al fin se instala el primer súper por don Sebastián Martín Melo, junto a la casa de mis suegros. En este lugar estuvo antes una especie de conservera de otros propietarios. Se le puso el nombre de Frigo y sufrió un incendio años más tarde, que reseñé yo en mi libro "Arona: historia de la Cruz Roja Española", que supuso el bautismo de fuego de la recién creada por mí Asamblea Local de Cruz Roja Española. La amnesia que rige los cerebros municipales ha dejado esta labor, por no decir hazaña mía y de los hombres y mujeres que me acompañaron. Hasta la próxima.