1.- Son muchos los amables comunicantes que me insisten en que vuelva a escribir sobre el mago. Ya no sólo aquí, sino en otro libro. Han sido editados y reeditados cuatro tomos sobre el mago y la verdad es que tengo nuevo material que haría chuparse los dedos a los desocupados lectores. El mago no es un filósofo, ni un meteorólogo, ni un sabio popular; el mago es un cacho de animal que depreda el paisaje, pesca con dinamita, entierra los somieres viejos y deposita su inservible vehículo en la puerta de su casa, como una manifestación de poderío; rueda los lindes de sus vecinos y comete las mayores tropelías, casi siempre en la más absoluta impunidad. Sé de una persona, ex policía para más señas, que compró una finquita en los altos de El Sauzal y estuvo a punto de acabar a tiros con los vecinos (cada mago tiene una escopeta), porque de madrugada le cambiaban los mojones y rompían las vallas de su propiedad. Yo he visto cosas muy buenas en esos altos. Cuando el mago quiere joder al otro coloca un candado y una valla en la servidumbre de paso. Y cuando llega el otro añade otro candado. Y a lo mejor ve usted un camino cerrado con siete candados, por el que es imposible el tránsito porque los siete energúmenos son enemigos irreconciliables. Este es el mago.

2.- Todo el romanticismo que se quiere hacer con el mago, ya no sólo como portador de los valores isleños sino como hombre recio, honesto y cabal, choca con sus propios comportamientos. Todo eso es falso. El mago es el peor enemigo del hombre, la quintaesencia del egoísmo y el exponente más burdo de la brutalidad. Observen cómo algunos animales -más que los perros que transportan- tratan a los canes de cacería, hacinados, con poca ventilación, en remolques que deberían estar penados por las leyes de Tráfico. Animo a la Dirección General a que tome medidas y al Gobierno que legisle sobre esta indignidad. En la crónica universal del animalario debería figurar el conductor de estos vehículos infames; pero con letras de molde. Después, cuando los perros ya son viejos, en vez de concederles un retiro plácido, algunos miserables los cuelgan por el cuello y los dejan abandonados en esos altos. Pobres animalitos.

3.- Con sus excepciones, yo no tengo por qué demostrar comprensión y tolerancia hacia el mago peludo y primitivo, violento y peleón. Sí hacia las personas nobles, que también las hay en esos campos nuestros. Y qué decir del velillo ran-ran, el del coche tuneado y las llantas pintadas de verde, terror de las carreteras. Habría que crear una brigada especial de la Guardia Civil de Tráfico para su persecución implacable. Son los hijos y los nietos del mago del arado, que se han apuntado al motor y que en las carreteras rurales te echan fuera de la vía con sus piruetas asesinas. Otro día hablaremos de ellos.