"DEBES saber que todo hombre de juicio, después de haber corrido vanamente por los estériles sueños de la distracción, la ambición, la opulencia, la gula; por los de la política, las armas, las leyes, el comercio, la erudición, la heráldica..., no encuentra, si despierta de la pesadilla y se desengaña, otro puerto, ni otra bonanza, ni otra consolación, ni otra cosa sólida y de agradable estudio que la Naturaleza" (José de Viera y Clavijo, 1811).

Me siento clérigo y un poco naturalista. Y en mi regreso a Los Realejos, disfruto de la vegetación endémica que en este pueblo ha quedado. Si bien, a las afueras de Las Palmas, desde 1952, se creó el Jardín Botánico de la flora canaria que lleva mi nombre, no se ha tenido igual cuidado, en este sitio, de ensalzar las bellezas naturales que posee.

Soy conocedor de los distintos jardines que jalonaban las distintas haciendas de la actual Villa de Los Realejos, muchos desaparecidos, y otros, hoy, todavía conservando parte de su encanto, como La Hacienda de Los Príncipes. Es una pena que el agua no corra por su hacienda, y que los molinos hayan dejado de funcionar. El agua siempre ha sido un elemento fundamental en la economía de este mi pueblo; incluso dicha agua pasaba por la casa que me vio nacer, agua que fue el motivo del nacimiento de La Hacienda de Los Príncipes y del propio Realejo Bajo. Por desgracia, la mayoría de los terrenos de la antigua Hacienda se han llenado de bloque y cemento, y de terrenos baldíos que aguardan igual destino.

A pesar de todo, me ha dado mucho gozo ver los maravillosos dragos del lugar: uno en el cementerio del Realejo Bajo; dos, próximos a la iglesia Nuestra Señora de la Concepción del Realejo Bajo; otro, el de Siete Fuentes, en San Agustín, y, el último, en Rambla de Castro. Son dignos de visitar y no desmerecen en nada a otros dragos de las Islas Canarias.

También nos place hablar de la historia. La historia de Los Realejos merece un digno lugar, que podría ser ubicado en la actual Casa de la Parra. El propio colegio de San Agustín, del siglo XVIII, debería ser lugar de encuentro de lectura, de la cual tanto abusé a lo largo de mi vida. Una casa histórica como esta se merece el mejor fin.

La casa de Agustín de Espinosa, descuidada por sus actuales propietarios, se halla inmersa en un actual abandono, desidia y olvido... Ello me produce una profunda tristeza que las promesas y las buenas palabras no consuelan. Parece, realmente, que nadie tenga voluntad de dignificar el nombre ilustre de Agustín de Espinosa en Los Realejos.

Y la casa que me vio nacer... Estoy seguro de que sería un bueno lugar para la visita de mis paisanos de la isla vecina; aunque me temo que esta mi casa seguirá con su placa en su fachada, sin más afán.

He entendido que pretenden celebrar el bicentenario de mi fallecimiento en el año 2013, cuestión que me agrada. Y si las autoridades así lo estimasen, me parecería bien que fuese celebrado por el pueblo que me vio nacer, por el lugar que me vio crecer, y por el sitio donde estudié en mi adolescencia. Si así fuera, solo pediría actos con fines duraderos en el tiempo y para el bien común de todos mis convecinos. Así sea".