Cataluña es una país pequeño pero de sueños grandes. Algunos prohombres, encabezados por el hotelero Joan Gaspart, soñaron con una aerolínea participada por empresarios catalanes que evitara el ostracismo de conexiones y el infierno ''low cost'' con el que les amenazaba Iberia.

Cuenta la leyenda que el joven Ícaro cuando vio que podía volar, soñó con subir y subir hasta alcanzar el sol. El proyecto de la aerolínea catalana tiene en común con Ícaro que los dos acabaron muy, muy mal.

No hay nada que objetar a los sueños grandes, siempre que uno se los pague. Pero la mayor parte de los empresarios que se embarcaron en la aventura no pusieron dinero de su bolsillo.

Se recurrió, entonces, a fondos públicos a través de diversos subterfugios con lo que la mayor parte de los mismos, un total de 150 millones de euros, han salido de las arcas de la administración, en concreto del Ayuntamiento de Barcelona y, sobre todo, de la Generalitat, ambos controlados ahora por CiU.

Pero CiU heredó el proyecto, que tuvo el pleno apoyo del tripartito catalán y sólo algunos pocos agoreros, como el empresario José Manuel Lara, se manifestaron claramente en contra. Igual que Josep Piqué, el presidente de Vueling, donde Lara tenía intereses y sacó jugosas plusvalías, que veía que las simpatías mediáticas se iban con Spanair al mismo ritmo que creían los fondos públicos que se inyectaban en la compañía.

Si algún pecado cometieron los convergentes fue no cortar la sangría de raíz temiendo que su electorado no entendiese que se abandonase un proyecto tan identitario.

La misma Cataluña que cerraba sus quirófanos sacando pecho y poniéndose como ejemplo de la austeridad autonómica seguía alimentando a Spanair con dinero de todos los catalanes, pese a que no había que ser un jeque qatarí para darse cuenta de que la viabilidad financiera del negocio era más que dudosa.

En una reunión celebrada durante las últimas 24 horas, el presidente catalán Artur Mas le ha explicado al presidente de Spanair, Ferran Soriano, que el sueño se había acabado. Y si la Generalitat no aportaba más gasolina no se podía pagar el combustible de los aviones.

Ahora, el primer drama es el laboral. Entre puestos de trabajo directos e indirectos más de 4.000 empleos están en peligro si Spanair va a un concurso de acreedores que será una trampa tan mortal como el laberinto del Minotauro en Creta del que Ícaro quería escapar con sus frágiles alas.

El mismo día que la EPA anuncia que Cataluña tiene una tasa de paro del 20 %, cerca de 2.000 personas que trabajan directamente en Spanair están opositando para ingresar en las listas del desempleo, procedentes de una empresa que ni siquiera cuenta con fondos para hacer un ERE en condiciones. En la leyenda griega Ícaro murió cayendo al mar. En cambio, los Ícaros catalanes se estrellarán contra la cola del INEM.

Entre los activos de Spanair habrá que reconocer que ha servido para forzar un giro en la estrategia de Iberia, la cual ha vuelto a apostar por Barcelona y a establecer rutas transoceánicas apoyadas en la masa de viajeros que le genera su filial Vueling.

En el pasivo no sólo hay que tener en cuenta la falta de transparencia que siempre ha caracterizado Spanair -a un paso de la catástrofe la compañía oculta cuáles son las pérdidas de 2011-, sino también una dirección que desconocía el sector y que accedió al sillón de Spanair más interesada en utilizarlo como palanca para futuros proyectos de gestión deportiva que en reflotar la sociedad.

Cierto que Spanair se compró por un euro. Los que firmaron el acuerdo son los mismos, por cierto, que periódicamente reclaman la catalanización de la gestión de El Prat. Seguro que a muchos de ellos sus madres les dijeron de pequeños aquello de que lo barato sale caro. Tenían que haber hecho caso. Pero, claro, la ventaja es que el dinero no era suyo. Y siempre parece más asequible cuando el desfase lo pagamos entre todos.

Al final los catalanes tendremos más suerte. Al fin y al cabo, Ícaro pagó el error de su soberbia con la propia vida.