Se le sacó rendimiento en su momento debido al lugar en el que se encontraba; se lució porque se adecentaba después de muchos años una zona bastante degradada y se sacaron multitud de fotos para vender uno de los mejores espacios costeros de la capital tinerfeña, que tenía a su vera ya por aquel entonces el Auditorio de Tenerife de Calatrava, el mismo edificio que se inauguró en varias ocasiones. Se trata de la plaza y el muelle del imponente Castillo de San Juan Bautista, más conocido como el Castillo Negro, un enclave que guarda una parte de la historia más profunda de Santa Cruz, la de los antiguos pueblos de El Cabo y Los Llanos.

El hecho de que el Castillo Negro y el Auditorio estén prácticamente unidos ha permitido que el lugar sea una de las referencias innegociables del turista que visita la capital tinerfeña para pasear por unos caminos y unos espacios abiertos que en cualquier otra parte del mundo serían auténticas joyas de la corona, pero, una vez dentro, la sensación es tercermundista.

Los gatos son los dueños.- No precisamente por la plaza y esos caminos, sino en toda la extensión del muelle del Castillo, el estado de abandono que encuentra el visitante es absoluto, donde los propietarios son una docena de gatos alimentados por los propios pescadores que se apoltronan en busca de que el día les sea propicio en capturas. Ellos mismos, que se afanan de vez en cuando en limpiar la zona "por vergüenza", lo conocen por "el muelle olvidado".

Lo cierto es que hasta hace seis años a este rincón pegado al mar se le sacó un rendimiento importante por los acuerdos de la administración competente con la iniciativa privada. Allí se ubicó por último la Terraza del Muelle, un espacio de ocio abierto a la noche tinerfeña y que de día fue referencia para echarse alguna que otra copa. Todo ello supuso un beneficio para las administraciones competentes. Ahora, una vez cerrado, si bien la plaza del Castillo Negro tiene un mantenimiento correcto, lo que es su muelle se encuentra en un estado realmente lamentable, sucio y descuidado producto de un abandono absoluto.

Una auténtica pocilga.- Lo peor de todo es que un gran número de turistas nacionales y extranjeros visitan diariamente el espacio y la sensación que se llevan es de las peores que se pueden tener al encontrar, en un lugar lleno de posibilidades, "una pocilga auténtica y una zona de guerra total", tal y como explicó una pareja de turistas catalanes que pasan unos días en el Norte de la Isla.

El mal aspecto comienza a la entrada del dique, en lo que antiguamente fue una puerta metálica que impedía el paso y de la que ya solo queda el recuerdo.

Espacio para residuos.- En ese punto se advierte al visitante de lo que se puede encontrar y, como no podía ser de otra manera, lo que eran antiguamente las jardineras se ha convertido en improvisados espacios para tirar basura. Todo el revestimiento de piedra de su estructura se está cayendo, al igual que el de las antiguas barras.

Dentro de ellas la basura y los residuos de todo tipo aguardan a que algún mortal se apiade de ellos para ser retirados y, mientras, el mal olor llega a ser insoportable. En total hay cuatro barras y todas ellas están completamente destrozadas y abiertas, siendo una de las imágenes más llamativas del lugar. Una de ellas, la última, tiene su propio toldo con algunas telas para el resguardo de no se sabe qué, ya que su interior también está lleno de basura.

Grafitis.- Mención aparte merecen los muros que se encuentran llenos de grafitis, aunque bien es cierto que la gran mayoría son de buen gusto, pero no pegan con el espacio. Por lo que respecta al pavimento, los pescadores habituales comentan que las mareas que sufrió Santa Cruz entre agosto y septiembre del año pasado levantaron parte del mismo, así como una buena parte de los perfiles del embarcadero.

Señalaron, además, que en su momento los políticos se refugiaron en esta circunstancia para justificar el estado del lugar, pero "nosotros que venimos casi todos los días vemos que esto es culpa del desinterés y del abandono absoluto. Es el muelle olvidado", aseguró uno de los consultados, que señaló, además, las dos escaleras metálicas que permiten subir a la parte alta del muelle que colinda con la trasera del parque marítimo César Manrique.

Las mismas están absolutamente oxidadas y suponen un gran peligro para los usuarios y visitantes que se atreven a acercarse al lugar porque están bastante derruidas. Encima, las barandas de protección prácticamente no existen.

Este es el panorama que se encuentran los ciudadanos que visitan el entorno del Castillo, un espacio que debía ser espectacular, pero que en estos momentos se encuentra en total abandono.