No se inauguró el anhelado puerto de Garachico. Lo de la pasada semana fue otra pantomima más. Estará operativo en el próximo mes de junio. Se trata, en realidad, de un refugio pesquero espléndido (afirman que también deportivo y comercial) para una inexistente flota pesquera (cinco o seis lanchas no suelen formar una flota). Está preparado para recibir a unas doscientas embarcaciones, pero no para aquel ir y venir de barcos siglos atrás con cargas de mercancías que, en la mayoría de los casos, estaban relacionadas con el vino y el azúcar. Garachico, en los siglos XVI y XVII, era el principal puerto de Tenerife, lo cual significaba que el inigualable rincón del norte tinerfeño gozaba de una economía envidiable. Pero aquel bienestar de la población garachiquense iba a truncarse en 1706 con la erupción del volcán de Arenas Negras o de Trebejo. La época dorada de la localidad terminó aquí, pero los vecinos, desde entonces, no han dejado de reivindicar la construcción de esta nueva obra y queden únicamente en el baúl de los recuerdos aquellos tiempos de auge vividos durante casi doscientos años.

Quisiéramos equivocarnos con estas líneas, porque sabemos de la ilusión que muchos han puesto en esta obra. Pero hemos escrito aquí mismo que no nos encaja este puerto en el entorno de Garachico y tampoco que vaya a convertirse en una dársena deportiva o en un refugio para no se sabe muy bien qué pescadores o en atraques comerciales. Para todo esto, aguarda Fonsalía. A la salida del falso túnel no agrada a la vista -al margen de su brillantez- esta construcción, quedando allá lejos, en un segundo plano, el glorioso espectáculo de un pueblo especialmente encantador y perfecto. El paseo por sus calles tranquilas resulta absolutamente singular, nada comparable a otros rincones del Archipiélago. La duda que nos asalta es qué puede esconderse detrás de este puerto.

Como el refranero español es rico y clarificador, acudimos a él y nos encontramos con: "Piensa mal y acertarás". No se trata, sin embargo, de desconfiar de todo y de todos. Pero sí la de echar una mirada al entorno de Garachico y buscar algún indicio que justifique estas instalaciones. Y la señal nos llega desde una localidad cercana que reúne un campo de golf y un hotel de cinco estrellas-lujo (Vincci). Hablamos de Buenavista del Norte, donde, también inexplicablemente, se han erigido estas empresas totalmente deficitarias y pertenecientes, cómo no, al Cabildo Insular de Tenerife. Recordamos hace años, cuando este golf principiaba a caminar, cómo la institución insular dejó sin agua de riego a la agricultura de la zona para atender al manto verde..., utilizado por dos o tres deportistas. Hoy continúa todo igual de mal. Pero, a lo peor, el puerto de Garachico es un reclamo que va a beneficiar a Buenavista, y los pantalanes puedan recibir a unos cuantos golfistas que laven la cara a unas instalaciones hoy solitarias y atractivas a la vez.

Pero este acto de preinauguración tuvo su "pintoresquismo", bien animado por un entusiasta séquito del presidente del Gobierno canario, Paulino Rivero, y que, contemplando la foto publicada por nuestro periódico, nos llevó a la conclusión de que aquí se trabaja poco, se acompaña mucho y se persigue cualquier prebenda presidencial. Un numeroso grupo de personas, de cincuenta a cien, asistieron a este acto. Cargos políticos, jefes de gabinete, secretarios y secretarias, periodistas, escoltas, chóferes... no dudaron en acompañar al Sr.Rivero (carnavalero) para dar lustre y repercusión a algo que se repetirá en junio. Deberían haber asistido dos o tres inspectores de trabajo para que se interesaran por la actividad laboral de los presentes. Con una simple pregunta bastaba para desenmascarar a estos artistas que viven de la generosidad de lo público: "¿Usted, qué hace aquí? ¿Dónde trabaja?". Pronto se quedarían solo los implicados en las obras (presidentes regional e insular, alcalde, consejero de Obras Públicas y algún ingeniero). Se trata de terminar con costumbres fuertemente arraigadas que han conducido a este país a la ruina.

La visita de los Príncipes de España a El Hierro fue otra demostración de una impresentable parafernalia, donde todos querían salir en la foto, mientras el dormilón volcán se esforzaba por expulsar los piroclastos en honor de sus altezas. Al día siguiente, las imágenes inundaron los medios y el común quedó enterado de las alegrías teatrales de una comitiva fotográfica inútil para el Archipiélago.