SI EL MINISTRO Soria o cualquier otro ministro, tanto de un gobierno del PP como de uno progre y con talante, hubiese tenido la ocurrencia de decir que en Canarias no se perfora ni un milímetro el lecho marino en busca de petróleo, más de un político nacionalista estaría poniendo el grito en el cielo por hurtarle a las Islas la posibilidad de explotar un recurso tan necesario para su maltrecha economía. Porque la economía de un Archipiélago con 340.000 parados, camino de aumentar hasta 355.000 a finales de año, solo cabe calificarla de maltrecha por muy bien que vaya el turismo. Y gracias a eso. Protestarían, como digo, los dirigentes vernáculos y no les faltaría razón. Sin embargo, como el ministro Soria no ha dicho eso de las prospecciones sino todo lo contrario, lo que toca es machacarlo por autoritario y poner todo tipo de pegas a sus intenciones. La última impugnación de los que objetan permanentemente contra cualquier iniciativa es la distancia a la costa a la que, supuestamente, se van a realizar los sondeos. Supuestamente porque a día de hoy, y a la vista de cómo se están desarrollando los acontecimientos, resulta razonable dudar de que alguna vez se saque de estos alrededores una sola gota de petróleo; si es que lo hay -extremo que todavía está por ver- y si resulta rentable explotarlo, segunda parte -y en absoluto superficial- de la ecuación del negocio.

Mientras tanto, los vecinos marroquíes siguen a lo suyo. Ayer les aprobó Bruselas un acuerdo agrícola que les quita a determinadas producciones canarias casi toda la rentabilidad que les quedaba, que ya era bastante exigua. A este paso no va a ser necesario que nos invadan, ni que nos anexionemos al reino de la monarquía alauita de buen grado o a la fuerza, porque dentro de poco les estaremos pidiendo agua por señas. Y eso que tampoco ellos andan sobrados del líquido elemento. En realidad, Marruecos carece de muchas cosas. Lagunas que, no obstante, está subsanando a pasos de gigante porque no están afectados sus gobernantes, democráticos o no, por el virus de la estupidez supina que aqueja a algunos de los nuestros. Sería un sarcasmo que las torres petrolíferas, que más pronto que tarde estarán en la línea del horizonte, no fuesen españolas sino marroquíes. Una ironía con muchas probabilidades de materializarse porque no abundan los cretinos entre los súbditos de Mohamed VI. Aquí, en cambio, los tenemos inclusive para regalar; si alguien los quisiera, claro.

Aunque no; idiotas o deficientes mentales no es el diagnóstico adecuado para algunos de nuestros políticos. Más bien habría que calificarlos de muy listos. Tan listos como los vendedores de crecepelo -o panaceas universales- que cruzaban el río Pecos en sus carromatos para adentrarse en el salvaje oeste. Un territorio común al espacio en que se ha convertido la política española, incluida la canaria, cuyo norte no está en adoptar la postura capaz de generar el mayor beneficio colectivo, sino aquella que más votos recauda. A fin de cuentas, lo importante es, por ejemplo, que los presidentes de un par de cabildos permanezcan sine die en su buen remunerado cargo y que un presidente regional tenga algo de lo que quejarse para no perder jamás su condición de víctima de Madrid.

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