NO ERA un perito en lunas, valga el parafraseo de un poema de Miguel Hernández, pero sí perito agrícola, conocedor de los entresijos de la agricultura, cultura y de la política local de La Orotava, donde ejerció la Alcaldía entre 1973 y 1979, en las postrimerías y fin de la dictadura de Francisco Franco, la restauración de la Monarquía y el restablecimiento de la democracia. El ahora ya recordado amigo Juan Antonio Jiménez nos dejó mientras compartía una velada de fútbol televisado en su entrañable Liceo Taoro, porque no en vano el deporte rey constituía desde siempre una de sus pasiones más arraigadas y que en su juventud plasmó en el terreno de juego. Se nos fue un hombre de carta cabal e íntegro a quien me cupo el honor de tratar y compartir su genuina generosidad y tolerancia en unos momentos realmente difíciles y cruciales de la transición del antiguo régimen a la democracia y a la configuración del Estado de Derecho, al amparo de la Monarquía parlamentaria, y luego, por razones de oficio, cuando retornó a la política activa, en 1999.

Don Juan Antonio Jiménez supo conjugar su ideología conservadora con un exquisito talante aperturista y conciliador, sustentado en la creencia y formación democráticas que trascendían el ámbito local. Sus estancias en Costa de Marfil y Francia le permitieron establecer comparativas sobre realidades distintas entre sí y con respecto al país de origen, al tiempo que desarrollar su vocación profesional y que, en cierta manera, aplicó. En el país galo pudo respirar sus aires de libertad y democracia, que tanto escaseaban en España entonces.

Una tolerancia plasmada en los aspectos personal y político que siempre agradeceré, como otras tantas personas, porque por encima de las diferencias ideológicas y formales primaron el afecto y el respeto mutuos, y valga como una de tantas anécdotas de su mandato la autorización -eso sí, condicionada- al respeto de la legislación vigente en plena campaña para las elecciones generales de 1979, para la organización y celebración de un mitin del Partido del Trabajo de España en el salón de plenos de las Casas Consistoriales, el primero de un partido de izquierdas que tuvo lugar en dichas dependencias, y del que se hizo eco la prensa local de la época, no tan lejana, por cierto. Sin embargo, previamente, tuvo que afrontar la gran manifestación de los vecinos de los altos de la Villa en la que reclamaban la instalación de la luz y el agua y la mejora de las condiciones de vida, y que constituyó el germen de un movimiento social y político que se sustanciaría en las primeras elecciones locales del 3 de abril de ese mismo año, con el nacimiento de la Agrupación Independiente Orotava (AIO), que las urnas y acuerdos posteriores llevaran al gobierno del Ayuntamiento y Alcaldía (Francisco Sánchez, de bendita memoria), en coalición con UPC y el PSOE.

Veinte años más tarde desde su retirada de la escena pública, retorna a la actividad política en calidad de concejal por el Partido Popular, entre 1999 y 2003. Asimismo, durante su mandato se aprobó la venta de la planta eléctrica municipal a la compañía Unelco para subsanar el déficit que representaba para el ayuntamiento, según señala en su blog el titular mercantil Bruno Álvarez. La primera institución villera, presidida por Juan Antonio Jiménez, gestionaba en 1975 un presupuesto de 56 millones de pesetas de entonces. Sus inquietudes culturales y docentes se plasmaron en logros como la adquisición del antiguo cuartel de San Agustín, que luego se transformaría en Casa de la Cultura, para destinarla a sede de la Banda de Música; en los proyectos de construcción del Instituto de Formación Profesional en San Antonio y del nuevo colegio de EGB del barrio de La Luz; y la culminación de los centros docentes Manuel de Falla (Barroso), Ramón y Cajal (Villa de Arriba) y Santa Teresa de Jesús (La Perdoma), entre otras actuaciones.

Posiblemente, hayan quedado sobre el tintero muchas líneas por escribir sobre don Juan Antonio Jiménez en este modesto recordatorio de una faceta de su vida en clave humana y personal, pero tengo la convicción de que su trayectoria ya forma parte de la historia de la villa de La Orotava, a la que amó y sirvió.