Nunca quedó fehacientemente acreditado que Manuel Fraga dijese, mientras era ministro de un Gobierno de Franco, que la calle fuese suya. Se ha comentado recientemente, con motivo de su fallecimiento, que la famosa frase se la atribuyó Ramón Tamames sin demasiado afán por la literalidad, pues lo que intentaba decir este ilustre economista, entonces militante del comunismo más irredento y luego convenientemente reconvertido a otra cosa, era que Fraga no admitía ningún tipo de contestación, y mucho menos la que se empeñan en materializar en plena vía pública los detractores de un régimen ya entonces agonizante. Una cuestión de autoría que a estas alturas poco o nada importa.

Lo esencial de las circunstancias que nos rodean a día de hoy es que la calle sigue teniendo dueño. Más bien dueños. Alguien acaba de escribir, y no le falta razón, que la primera legislatura de Rajoy está empezando de la misma forma en que acabó la segunda y última de Aznar: con la calle tomada por la izquierda. Se dijo en su momento que era Rubalcaba, siempre él, quien había estado detrás de la convocatoria vía SMS de las manifestaciones frente a las sedes del PP durante la víspera de una jornada electoral en la que Rajoy perdió sus primeras elecciones. Nada se pudo probar jamás al respecto, pero la duda quedó ahí. Y como la duda es la madre de todas las sospechas, piensan algunos, igualmente sin ninguna prueba que apostille sus intuiciones, que Fredy el químico ha vuelto a las andadas. A nadie se le escapa que Rubalcaba está muy crecido. Falsamente crecido, la verdad sea dicha, pero encumbrado a fin de cuentas. ¿Sus méritos? Haber perdido estrepitosamente unos comicios y luego ganarle un congreso de su partido a la infeliz de Chacón por 22 escuetos votos; eso fue lo único que consiguió sacarle a una rival débil; ese exiguo guarismo encierra todo su mérito. Ah, pero es que con los números uno puede hacer siempre lo que quiera. Y mucho más si estamos hablando de un hábil alquimista no capaz de trasmutar el plomo en oro, qué más quisiera él, pero sí de transformar las derrotas en victorias y viceversa.

¿Está perdiendo el PP la calle? Durante la última semana parece evidente que sí. No obstante, perder algunas batallas no implica perder la guerra. Se puede ganar el Tour sin vencer en una sola etapa. No sé si alguien lo ha hecho, pero matemáticamente es posible. A lo que voy: si el Gobierno resiste estas provocaciones -hay que ver también los vídeos de lo que sucede en los minutos previos a las cargas policiales-, antes o después un piberío de naturaleza alborotadora -de lo contrario no serían adolescentes, sino viejos, los participantes en la fiesta- se cansará de tanto devaneo infructuoso porque el esfuerzo inútil, eso se ha dicho hasta el aburrimiento, conduce inevitablemente a la melancolía. Si, en cambio, se arruga el Gobierno ante estos primeros disturbios, posiblemente consiga una tranquilidad a corto plazo -a muy corto plazo; Fredy no descansará mientras el PP esté en el poder-, pero se adentrará a la larga en una senda plagada de chantajes que lo conducirá a un auténtico infierno. Ardo, nunca mejor dicho, en deseos de ver qué sucederá de aquí a medio año.

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