En buena hora se le ocurrió decir de sí mismo que era previsible. Apenas siete semanas, solo siete, en Moncloa y Mariano Rajoy ha logrado en varias ocasiones que se nos corte la respiración. Tiene que asumir que dijo que no iba a subir impuestos y los ha subido, que no iba a abaratar el despido -los socialistas iniciaron esa senda- y lo ha abaratado. El Gobierno y él mismo tienen un amplio y doloroso argumentario para explicar estas decisiones y que se resumen en una: la situación es de emergencia y con decisiones de emergencia hay que responder.

La última del impetuoso Rajoy ha sido desafiar a Europa y, sin mover una ceja -así es su ímpetu, silencioso, sin alaracas, sin risas y sin llantos-, ha anunciado que el déficit de España se sitúa en el 5,8, que se acerca mucho al 6 predicho hasta el último instante por la exvicepresidenta Elena Salgado. Lo acordado con Europa era del 4,4, pero con una expectativa de crecimiento del 2,7 cuando en realidad estamos en una recesión de algo más del 1%. Con esta recesión, llegar al 5,8 es más impetuoso que alcanzar el 4,4 con una previsión de crecimiento por encima del 2.

Asegura Rajoy que los periodistas acreditados en Bruselas fueron los primeros en enterarse. No hay que descartar que haya habido eso que se llama "trabajo de pasillos", tanto para que los demás jefes de Gobierno no se vieran sorprendidos como para tantear el ambiente. Y Rajoy debió tantear el ambiente poco o nada proclive a la flexibilidad y fue entonces cuando lanzó lo que se ha considerado todo un órdago a la ortodoxia europea. Hay quienes creen -los más críticos con el Gobierno- que detrás de todo esto hay algo de "tongo", que Rajoy ha aprovechado la ocasión para una operación de imagen cara a la opinión pública española, ahogada por tanta crisis, y que está todo pactado. Cualquier cosa menos admitir que a lo mejor Rajoy ha tenido la inteligencia suficiente para dejar la pelota en el tejado de la UE. A juzgar por las reacciones de algunos líderes europeos, la jugada de Rajoy no ha gustado, y ellos sabrán cómo gestionar la "indisciplina" española. Si hay sanciones -cosa que descarta-, que las haya; se ha dicho a sí mismo el presidente que al marcar el 5,8 ha trazado la línea roja de lo que está dispuesto a hacer para cumplir con la ortodoxia europea. Ir más allá hubiera sido suicida.

Los socialistas, a través de Rubalcaba, habían abogado por la flexibilidad. Decían, y con razón, que había que convencer a Europa para que ello fuera posible. Lo que nunca dijo Rubalcaba es que se "plantaría". Y Rajoy, el gallego tranquilo, es lo que ha hecho: plantarse, y con ello no solo alivia los ya duros recortes que con seguridad habrá que afrontar, sino que además ha demostrado no ser vulnerable al vértigo. Desde el minuto uno de su mandato se la está jugando de la misma manera que se la jugó dentro de su propio partido durante varios años. De la aventura interna -lo del PSOE ha sido una broma al lado de lo que ocurrió en el PP- ha salido victorioso sin mover un músculo y no hay que descartar, pese al lógico enfado de amplios sectores de la opinión pública y la legítima crítica de los grupos de Oposición, que de esta salga reforzado. Si con tantas medidas, tantas decisiones impopulares, en 2013 se comienza a ver el final del túnel con una leve creación de empleo neto, Rajoy y su ímpetu estarán más que redimidos.