DESDE mis primeros años, cuando empecé a darme cuenta de las cosas y, en cierto modo, a razonar, he sabido que la isla de La Gomera ha sido la cenicienta de Canarias. Lo he notado desde que, con pocos meses aún, mi familia me trajo desde La Gomera a vivir en Santa Cruz y aquí casi abrí los ojos en contacto con mis nuevos vecinos. Los que, andando el tiempo -y más tarde lo comprendí-, me tomaron y trataron como si hubiera venido de otro mundo, porque ese concepto tenía esta gente santacrucera de los que no éramos naturales de la capital, que entonces, creo recordar, miraba por encima del hombro a los que no éramos santacruceros y, encima, procedíamos de una isla no conocida suficientemente, y de la que se tenía un extraño concepto precisamente, por eso, porque no se conocía, lo que, en parte, afectaba a los que eran de otro pueblo de esta misma isla.

Desde mis pocos años, pude notar esa autosuperioridad que demostraba el santacrucero sobre el que procedía de fuera de Santa Cruz. Esto lo pude comprobar cuando ya, en edad escolar, ingresé, como alumno de Primaria, y allí estuve hasta que terminé el Bachillerato, en el Centro Tinerfeño-Balear del inolvidable don Matías Llabrés, un maestro legendario que educó a varias generaciones y del que tenemos el mejor recuerdo todos cuantos pasamos por aquellas aulas en un edificio que todavía se conserva en la calle de Méndez Núñez, de Santa Cruz.

Durante mis estancias esporádicas en La Gomera y por los amigos y la familia, no he perdido los contactos con mi isla natal y, aunque los tiempos han cambiado mucho, La Gomera sigue ocupando, para la provincia de Tenerife, un papel segundón, cuando si perteneciera a otro país y otra región que no fuera esta actual comunidad autónoma -que a eso nos ha conducido la política que malvivimos- sería la isla más mimada y enaltecida por su importancia histórica, ya que el puerto de San Sebastián, la capital, fue la última escala que hicieron en el mundo conocido las carabelas de Cristóbal Colón antes de emprender la última etapa del viaje en el que se descubrió el Nuevo Mundo.

Y menciono esta parte del hecho histórico más importante de la Humanidad porque en estos días se ha dado noticia de que la tradicional regata oceánica que empieza en el puerto de Huelva y tiene su meta en el puerto de San Sebastián de La Gomera, itinerario de 750 millas náuticas, que realizaron las tres carabelas de Cristóbal Colón en el viaje del Descubrimiento de América, queda suspendido, pese a haber sido anunciado en el Salón Naútico de Barcelona en el mes de noviembre último. La crisis económica actual ha aconsejado al Cabildo Insular de La Gomera y a la Diputación de Huelva a suspender la celebración de la regata, que en esta ocasión hacía el número 28 de las tradicionalmente celebradas.

Ha faltado el dinero en el Cabildo gomero y en la Diputación de Huelva para sufragar la prueba tradicional. Pero ¿y en el Gobierno de Canarias y, dicho a tiempo, en una suscripción pública donde intervinieran empresas, entidades oficiales, espectáculos y hasta público? Inaudito, don Paulino Rivero, para quien La Gomera sigue siendo, decía, la cenicienta aunque sean Canarias y España las que no quedan, ante el mundo entero, como deberían quedar. Otro fallo lamentable que apuntar a este Gobierno de inútiles y de ineptos.