CIRCULA en estos momentos dicha pregunta, esgrimida en un anuncio publicitario televisivo, referente a la forma de desgastar los zapatos deportivos en pleno ejercicio de "footing". Al parecer, los que comen más la puntera por la parte interna son pronadores y los que lo hacen por la cara externa son supinadores; con lo cual, cuando el vendedor nos haga la pregunta del millón, sabremos responder con exactitud qué tipo de calzado nos conviene.

Algo así debería pasarle a este gobierno autonómico, pero con una sutil diferencia; que no sabemos a ciencia exacta qué es lo que le está produciendo mayor desgaste ante la opinión pública, si se trata del conflicto interno o del externo.

En el primer caso, resulta evidente que, aunque se pregone lo contrario, el declive de la situación sociolaboral de los canarios, atenazados por un paro diez puntos por encima de la media estatal y con una renta per cápita sensiblemente inferior a las provincias peninsulares, experimenta también el mayor fracaso estatal en educación. Tampoco se puede obviar la retracción de los servicios sanitarios, con flagrante reducción (esperemos que temporal) de algunas prestaciones como el cierre de quirófanos por la tarde; la falta de personal y de camas hospitalarias con la consiguiente saturación de los pasillos de Urgencias, o el descontento generalizado del plantel médico y laboral, ante una arbitraria redistribución de las horas de trabajo. Para qué seguir.

Resulta, cuando menos oportunista, que la justificación política del actual Gabinete canario lo haya llevado por la defensa a ultranza de la negativa a las prospecciones petrolíferas en aguas cercanas al Archipiélago. Toca ahora, ante el descrédito generalizado por una mala praxis de gobierno, enarbolar la bandera de las siete estrellas verdes y dejar por un momento a los perros lamedores para la misión supinadora habitual en los foros nacionales. Ahora toca emitir los ajijides antes de empuñar el garrote para acometer contra las aspas del molino del ministro de Industria, Energía y Turismo; ahora sensiblemente reforzado por su jefe de Gabinete, conocido también como Mariano Manostijeras.

El caso es que el exvicepresidente del Gobierno canario se la está cobrando todas juntas a su anterior socio de legislatura, con el que no ha contado siquiera ni para dialogar a la hora de facilitar el permiso de prospección a la empresa Repsol. De nada ha valido o valdrá todo el pataleo que este presuntamente va a producir ante la evidencia de la luz verde. Una medida, a nuestro juicio, poco meditada por el rodillo popular, que no ha tenido en cuenta que detrás de toda la liza está como siempre un pueblo baqueteado por las circunstancias nada halagüeñas que nos han tocado vivir. Bueno sería que en lugar de exhibir tanta demostración de fuerza o resistencia se avinieran a reunirse en un tagoror para analizar serenamente los pros y contras de estas precipitadas medidas de sondeos petrolíferos. Saber la realidad del coste medioambiental, el supuesto beneficio y el hipotético número de nuevos puestos de trabajo que van a generar dichas medidas. Pero como todo, por ahora, se basa en conjeturas y promesas, no se puede aventurar el precio que Canarias va a pagar si se produce la esperada merma o retroceso del sector servicios, la única industria que realmente funciona.

Por otro lado, tampoco ha sido un acierto suprimir de golpe y porrazo las tasas aeroportuarias y congelar la ayuda a las energías alternativas, habida cuenta de nuestra dependencia turística y la fragilidad de nuestro territorio. Algo que desdice bastante de la misión de gobernar para el pueblo y no para rivalizar políticamente con el antiguo aliado, ahora en franca inferioridad.

Ante todas estas circunstancias, mucho me temo que tanto el presidente autonómico como el antiguo socio de gobierno, erigido ahora en justiciero de Vegueta, continuarán al menos los tres años que restan de legislatura persiguiéndose al trote pronador o supinador, dependiendo de los hados socioeconómicos o de los intereses personales y partidistas. Y el pueblo, pobre pueblo, a correr descalzo por el lajial hasta que se desangre del todo.