Ayer mismo argumentaba un lector de la edición digital de un periódico regional que la racionalidad en las infraestructuras del Archipiélago pasa por potenciar el equipamiento más competitivo de Canarias, que no es otro -faltaría más- que el puerto de la Luz, "en vez de ponernos a socavarlo con el despropósito de Granadilla". Resulta muy de agradecer que alguien haya tenido la valentía de quitarse la careta en estos tiempos de continua mascarada. Siempre he estado convencido de que varios proyectos tinerfeños -el propio puerto de Granadilla, la remodelación de la Playa de las Teresitas o la ampliación del aeropuerto Reina Sofía, entre otros- no han encallado por una oposición intrínseca en esta Isla, sino por intereses inducidos desde Las Palmas. Puestos a pensar mal, ¿en qué le beneficia a la isla amarilla que Santa Cruz tenga una playa en condiciones de competir con Las Canteras, que se mejore el principal de los dos aeropuertos tinerfeños o que una instalación portuaria le quite parte del suculento tráfico a la gran "capitá" del Archipiélago?

Da ganas de reír esa sempiterna cantinela que acusa a Tenerife de la división de los canarios, considerando que la ruptura provincial tuvo protagonistas que no eran precisamente tinerfeños. Un tema tabú porque ay de aquel al que se le ocurra mencionarlo. De inmediato lo elevan a la categoría de antipatriota vernáculo. Un terror -no encuentro mejor palabra para definir la situación al respecto- ideológico que ha hecho caer una manta de silencio sobre la defensa de Tenerife, ya sea realizada esta desde el ámbito político, el empresarial o el popular.

Tenerife y Las Palmas -en mi pueblo siempre se ha dicho Las Palmas y loro viejo no aprende idiomas- no son mutuamente mejores ni peores; son, simplemente, sociedades distintas con intereses diferentes. Tal vez no tan distintas como puedan serlo entre sí la sevillana, onubense o gaditana, pero con el valor añadido de que no hace falta subirse a un barco -o a un avión- para ir de Sevilla a Huelva y de esta ciudad a Cádiz; transporte marítimo o aéreo que se torna imprescindible, en cambio, para dar el salto de Las Palmas a Santa Cruz. Aunque las diferencias entre ambas capitales canarias no las impone únicamente la geografía.

Desconozco si la idea es originariamente suya, pero fue a Antonio Alarcó a quien primero le oí decir eso de que la sociedad "grancanaria" es conseguidora mientras que la tinerfeña es conservadora. Quizá. Lo esencial, no obstante, es que Las Palmas está viviendo su gran momento y, además, por méritos propios. La ciudad tiene un alcalde pujante y el Cabildo está en manos de un político con un pasado..., en fin, ustedes saben, pero en cualquier caso con muchas ganas de trabajar por su isla. En contrapartida, ni Santa Cruz tiene alcalde, ni el Cabildo tinerfeño cuenta con un presidente digno de tal nombre. A Bermúdez ni se le ve pues quien lleva las riendas es Julio Pérez -un político muy válido, pero también un hombre de férrea disciplina hacia un partido cuya cabeza está en Las Palmas-, mientras que Melchior solo vive para vengarse de Alarcó y de los periodistas que no le cantan sus teutónicas virtudes. Decididamente, no es la hora de Tenerife.

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