EN TANTO que "calidad de transparente" (sic. DRAE), uno no tiene por menos que sumergirse en la procelosa jerga de nuestros políticos para tratar de entender qué quieren decir cuando con tanta profusión utilizan el término; sobre todo en el curso de campañas electorales. Y ello porque, a base de tanto usarlo, me temo que lo han deslustrado de tal manera que ni aún ellos saben lo que quieren decir. ¿O sí?

De las siete acepciones que la Real Academia otorga al vocablo "transparente", solo dos podrían mantener relación con aquella "calidad de transparencia" al fin que nos ocupa: la sinceridad de los políticos. Dice la acepción 3: "Que se deja adivinar o vislumbrar sin declararse o manifestarse". Y dice la acepción 4: "Claro, evidente, que se comprende sin duda ni ambigüedad".

Nuestros más conspicuos representantes políticos tienen harto publicitada la transparencia de sus propuestas y de sus actos. Cabe aquí considerar que cuando hago referencia a nuestros representantes políticos no deja de ser otro error de concepto, pues que cuando ejercemos el único derecho que nuestra democracia realmente nos otorga, que no es otro que votar cada equis tiempo eligiendo una lista cerrada de este o aquel partido, no estamos eligiendo como representante nuestro a una persona física determinada (exceptuando la votación al Senado), estamos eligiendo a una persona jurídica: el partido, o coalición de partidos.

Infinidad de declaraciones de actuación transparente, o en pos de ella, tenemos escuchadas. Con el devenir del tiempo, y aún en el momento declarativo, lo único que se atisba es opacidad. Y esto reza con azules, rojos, verdes, amarillos... Es igual. De lo que se trata es de llevarnos al huerto; luego... si te he visto no me acuerdo.

Tenemos en nuestra tierra canaria un portentoso ejemplo de esa transparencia: no sé si el Parlamento en pleno o su presidente decide, pese a haber anunciado tal actitud transparente respecto de lo que perciben sus señorías por su dedicación al bien y la mejora de la ciudadanía canaria, que no se darán a conocer esas percepciones, esos emolumentos, esos sueldos, por razón de seguridad. ¿Qué seguridad? ¿De quién se ven amenazados por que se conozca cuánto le pagamos a cada uno por su quehacer? ¿Del ratero común? Creo que el verdadero temor, que manifiesta el presidente del Parlamento, no es por la seguridad física o crematística que pudiera afectar a sus señorías. El temor ha de estar en que aquel ejercicio de transparencia pudiera dejarlos, ante la ciudadanía, con la desvergüenza al aire.