INICIALMENTE la Universidad de La Laguna iba a estar en Santa Cruz de Tenerife. No con el nombre de La Laguna, claro, que es y sigue siendo el de otro municipio, sino como Universidad de San Fernando. Así lo estableció un Real Decreto de Carlos IV fechado el 11 de marzo de 1792. Es decir, la primera Universidad de Canarias tendría su sede en la capital del Archipiélago, como lo era entonces Santa Cruz y continuó siéndolo hasta que la consabida pataleta produjo la división de 1927. Sin embargo, las vicisitudes políticas de una época ciertamente agitada impidieron que la nueva institución iniciara su actividad hasta 1816, cuando un nuevo Real Decreto, esta vez de Fernando VII, resolvió su puesta en marcha pero no en Santa Cruz sino en La Laguna para zanjar rivalidades interinsulares. Ya entonces existía, según parece, la dentera de los señores amarillos. Este segundo Real Decreto equiparaba en prerrogativas a la naciente Universidad con las demás existentes en el país, incluidas las de Salamanca o Alcalá de Henares. Con ello la Universidad de La Laguna iniciaba su andadura sin menoscabo alguno respecto a cualquier otra.

La Universidad de Las Palmas de Gran Canaria -sobra decir que en Las Palmas todo es grande- surgió en 1989, aunque sus responsables fijan una fecha anterior a cuenta de la Politécnica, después de que unos políticos aprovechasen cierta ola de populismo amarillo y otros, en este caso de Tenerife y de las otras cinco islas, permaneciesen mudos porque defender a Las Palmas es normal y hasta elogiable, pero hacer lo mismo con Tenerife supone incurrir en un delito de lesa humanidad contra la unidad de Canarias y los canarios. Unidad muy deseable; en eso estamos todos de acuerdo. Lástima que algunos solo la entiendan si está presidida desde la isla redonda. Y claro, así no.

Establecidos estos antecedentes históricos, ¿existe alguna razón para que una Universidad con doscientos años de historia se convierta en una mera sucursal de otra que cuenta con apenas un cuarto de siglo de andadura? A lo mejor, sí; no lo sé. En cualquier caso, eso es lo que pretende la Consejería de Educación -casualmente en manos de un profesor de la Universidad de Las Palmas- en su proyecto de que sea esa institución la que lidere el distrito universitario único de Canarias. ¿Hay alguna razón para ello, insisto, al margen de la historia, habida cuenta de que no podemos vivir siempre pensando en el pasado? Veamos algunos datos obtenidos de las páginas Web de las citadas universidades y del Instituto Canario de Estadística, en este último caso actualizados hasta el curso 2009-2010, que son los únicos completamente elaborados hasta hoy. Alumnos de la Universidad de La Laguna, 24.000; alumnos de la Universidad de Las Palmas (sumados primero, segundo y tercer ciclo, los máster y los cursos de expertos), 23.376. Profesores en La Laguna, 1.961, de ellos 241 catedráticos; profesores en Las Palmas, 1.615 con 111 catedráticos. Tesis doctorales leídas en La Laguna en 2010, 126; en Las Palmas, 82. Programas oficiales de postgrado (máster) en La Laguna (siempre en el curso 2009-2010), 24; en Las Palmas, 10. Centros de la Universidad de La Laguna, 25; en Las Palmas, 19. Etcétera.

No es que existan diferencias abismales entre ambas instituciones, es obvio, pero la que existe deja claramente por delante a La Laguna. Y eso sin incluir el IAC, en el que también participa la Universidad de La Laguna como miembro nato del consorcio que lo forma. De hecho, muchos investigadores de este centro forman parte del profesorado de La Laguna. De tener en cuenta los resultados aportados por el IAC, La Laguna estaría entre las primeras universidades españolas en cuanto a producción científica.

No parece, por lo tanto, que haya una razón de peso para supeditar La Laguna a Las Palmas. Más bien habría de ser al revés, aunque no es eso lo que pretende el Rectorado de La Laguna. En Tenerife solemos ser más delicados o exquisitos con las ampollas del pleito interinsular. Tal vez demasiado exquisitos o delicados. O directamente pollabobas, para no andarnos con eufemismos ni cursilerías. La desgracia de Tenerife es, esta vez, que Paulino Rivero necesita al PSOE de José Miguel Pérez para que no le den la patada, políticamente hablando, que habría que haberle dado hace tiempo ante su manifiesta incapacidad para resolver uno solo de los problemas de estas Islas. Y el PSOE de Pérez, al igual que el PP de Soria -no nos engañemos-, está comandado desde Las Palmas. Difícilmente oirán la voz de un socialista o de un popular tinerfeño protestando por este despropósito, hasta el momento en fase de tentativa.

¿Por qué callan los políticos tinerfeños? ¿Por qué no dice nada, por ejemplo, el presidente del Cabildo, considerando que su colega canarión va por ahí anunciando que es la hora de Gran Canaria? Qué pregunta me hago y les hago. Pues porque el señor Melchior está demasiado ocupado persiguiendo a Antonio Alarcó porque dos veces lo ha dejado sin ser senador. ¿Y el alcalde de La Laguna? ¿Por qué no ha dicho nada de inmediato, como debería, Fernando Clavijo? Otra pregunta baladí: porque no quiere enfadar a Rivero. ¿Y Bermúdez? ¿Dónde está el alcalde de Santa Cruz? De nuevo una cuestión superflua. Bermúdez está a la espera de lo que le dicte Julio Pérez, que a su vez está siempre aguardando las órdenes del Pérez canarión. Y así una larga ristra de unos y otros. Estos son los bueyes -y los arrieros- con los que tiene que arar Tenerife lo poco que le va quedando.

Sé que escribir esto me supone el sambenito de pleitista, pero mejor conflictivo que idiota; o sumiso.

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