EL TENERIFE se juega la temporada el domingo en unas condiciones ciertamente desalentadoras. El equipo está mal, no ha reaccionado con el tercer entrenador -cuantos más cambios de técnico haya en una campaña menos fuerza tienen- y recibe a un rival que trae la dinámica opuesta, porque acaba de tumbar al campeón. De fondo, un clima difícil entre la afición, porque la trama de la destitución de García Tébar ha puesto a los jugadores bajo sospecha.

La única manera de superar este marasmo es cambiar los procedimientos que no están funcionando. Hay que intentarlo de otra manera. Si aplicamos sentido común a la lectura de la situación actual nos encontramos un problema que sobresale: la falta de confianza que tienen los jugadores para desarrollar el estilo que ha propuesto Quique Medina. La confianza en el fútbol es un intangible de enorme influencia, imprescindible para aquellos equipos que tienen una apuesta creativa. Para dar un buen pase, para atreverse con un cambio de orientación, para encarar a un rival, amargarle y hacerle dudar; para tomar decisiones acertadas en general, el futbolista necesita estar muy convencido, con su cabeza limpia y sin miedo al error. Si Quique hubiera echado al Tenerife atrás y pretendiera ascender replegado, pegando pelotazos y esperando un golpe de fortuna, su equipo no estaría tan inseguro ni tan encogido. Me atrevo con este diagnóstico: si el equipo sale muy intenso y es capaz de marcar primero el domingo, en el día clave, los jugadores descargarán sus temores y se sentirán mucho mejores de lo que creen ellos y creemos todos, que son.