Todas las grandes conquistas en el fútbol tienen sus partidos claves, que son como plataformas de lanzamiento. Nadie puede predecir qué suerte correrá el Tenerife en las eliminatorias de ascenso, pero allá donde llegue lo hará impulsado por el partido de ayer, que sin ser la octava maravilla, representó un avance indiscutible en la trayectoria de este equipo.

Tenerife y Oviedo se jugaban la clasificación para el "play off", si no de forma matemática, sí prácticamente, porque es obvio que solo uno de los dos podía salir vivo de este choque. Será esa la razón por la que sus entrenadores presentaron apuestas atacantes, de las que escasean ya en el fútbol. Ambos equipos jugaron con dos puntas, con un 4-4-2 propenso al desequilibrio, pero habilitados, por contra, para hacer goles. El Tenerife juntó a Perona y Aridane en la misma línea; el Oviedo a Rubiato y Martins, buscando el triunfo que sellaba el pasaporte para la fase soñada. El riesgo asumido por Quique Medina y Pacheta cundió en las áreas, porque la primera parte nos regaló seis clarísimas ocasiones de gol, de las que dos acabaron cuajando. La primera gran diferencia en este pulso fue ya un desencadenante de la suerte que corrió un equipo y otro: la intensidad. El Tenerife fue mejor en ese terreno, más agresivo, apretó en todas la situaciones posibles y encontró su premio, tanto que el gol que abrió el camino del triunfo nace precisamente de la falta de contundencia de la defensa visitante. Un pelotazo largo defensa-ataque, lo prolongó Aridane y se convirtió en la antesala del 1-0 por el fallo clamoroso de Owona de cara a su propia portería. La agresiva búsqueda de Perona contrastó con la indolencia del lateral del Oviedo. Y el premio fue una recarga de la confianza que tanto necesitaba el Tenerife para soltarse de una vez.

El otro factor.- Puestos a discutir en igualdad futbolística, el Tenerife sumó un segundo argumento al de su mayor intensidad: su efectividad en el área rival, a la que respondió el Oviedo con un ejercicio patoso en la definición. Porque ocasiones tuvo el equipo de Pacheta a manos llenas cuando dio un paso al frente buscando el empate. Nano tomó el mando de las operaciones y protagonizó todo el peligro de su equipo. En el minuto 14 estrelló contra el palo una falta; en el 22 cruzó el campo corriendo y le puso en bandeja el empate a Rubiato, que falló a puerta vacía trastabillado en la torpe búsqueda de su pierna buena y dos minutos después el mismo Nano dejó frente al portero a Martins, que se encontró con una doble intervención de Sergio Aragoneses, providencial.

Ninguno de los dos equipos terminó de controlar la situación, y ambos siguieron apostando por resolver la cuestión jugando de frente a la portería ajena. El juego del Tenerife mejoró a partir del orden, que nace del equilibrio que cimenta Kitoko con ese oficio de veterano en la zona donde se suelen partir en dos los equipos, pero el trámite del partido siguió presidido por una igualdad que solo se quebró en las áreas. De esta forma, al borde del descanso, un centro de calidad de Chechu lo cazó de cabeza Perona y colocó el 2-0. Algo así como, ya que tu no me has matado, date por muerto...

Esto es como acaba.- El principio del segundo tiempo fue una prolongación calcada de la fase anterior. De hecho, Martins encaró a Sergio a los 3 minutos y obligó al portero a hacer otra gran parada para evitar el 2-1. Había entrado Manu Busto, que le puso el balón en bandeja a su compañero. Busto, más móvil que el sustituido Rubiato, amenazaba con ser una amenaza mayor, porque su entrada al juego fue fulgurante, pero desapareció cuando el Tenerife le dio un giro táctico al asunto. Superado el cuarto de hora, Quique Medina entendió que era el momento de buscar la manera de equilibrar posicionalmente al equipo. Sacó del campo a Chechu, puso a Perona en la derecha y dio entrada a Zazo, total, 4-3-3. El equipo blanquiazul (el Tenerife, claro, porque el Oviedo vistió raro) cogió las riendas, apagó la reacción visitante y fue creciendo en detalles, en acciones esporádicas que son como alimento para la confianza de los jugadores. Perona, denostado en el Tartiere, firmó el tercer gol anotando con maestría un penalty que él mismo provocó ante una defensa de verbena -hay que ver cómo las carga el diablo en este juego-, y el Tenerife se liberó absolutamente hasta el final, para lucimiento de Víctor Bravo, silbado por su lentitud, pero muy mejorado en la tarea de dirigir el juego. Bravo pudo hacer el cuarto (83''), pero Lledó lo evitó con el pie, e incluso Kiko y Perona rondaron el gol en los últimos compases de un partido que deja la sensación de que el equipo blanquiazul responde siempre a los grandes desafíos (Castilla, Albacete, Oviedo...).

Si el problema del Tenerife era de falta confianza, no se me ocurre mejor golpe de efecto.