No son los mejores de la clase ni los más populares, pero se han convertido en un ejemplo y una guía para sus compañeros. Un grupo de alumnos de quinto y sexto de Primaria del colegio público Montaña Pacho, en La Laguna, ha demostrado a los demás, y también a sí mismos, que es posible cambiar, mejorar y superar las dificultades, y lo ha hecho de una forma insospechada: convirtiéndose en instructores de educación vial -y a veces en verdaderos guardias de tráfico- para el resto de niños del centro, desde los tres a los once años de edad.

Dirigido por el profesor y jefe de estudios Miguel Mederos, este proyecto busca terminar con varios "sambenitos": los que pesan sobre los estudiantes que participan en él, pero también los que sufren el barrio donde se ubica el colegio y, por extensión, este mismo. Aprendiendo, y luego enseñando, a respetar las normas de circulación, los niños interiorizan y también transmiten a su entorno que la manera en que uno se conduce en la vida tiene importancia. "Si das protagonismo a los chicos y crees en ellos, se cambian las cosas", explica Mederos.

Un circuito en las canchas deportivas del centro y un "aula vial" para los más pequeños. Estos dos elementos, más algunas bicicletas donadas por las familias -y otras que cederá la DGT- y uniformes, son los materiales que emplea el docente para desarrollar este proyecto. "Empezamos con pocos recursos y muchas ganas", recuerda. Poco a poco ha ido consiguiendo la ayuda de algunas instituciones, como el Ayuntamiento de La Laguna, que durante la pasada Semana Santa se encargó de pintar el circuito.

"Mezclamos niños con problemas de conducta y rendimiento y otros que son buenos estudiantes, pero que también tienen sus propios problemas, como la timidez", dice Mederos. Los resultados son palpables, como los propios protagonistas ponen de manifesto con sus palabras.

Bruno, uno de ellos, reconoce: "Me portaba mal y no hacía caso a los profesores. Don Miguel me ha ayudado a cambiar", y Mederos asiente: "Ahora viene a mi despacho a ayudarme". Para entrar en el "equipo vial", les ha pedido que mejoren su comportamiento, que sean "un ejemplo", y ellos están cumpliendo.

Por su parte, Yasmina pertenece al grupo de los introvertidos. Ella misma confiesa que es "muy, muy tímida". Aunque admite que todavía tiene que mejorar en este aspecto, ha hecho grandes progresos. Así, en un acto público, habló ante padres, profesores, policías locales y guardias civiles y un juez, cuenta su profesor con algo de admiración.

Lo que aprenden mediante esta experiencia no solo los convierte en peatones más prudentes y los prepara para ser buenos conductores en el futuro, sino que les permite aconsejar a sus familias y contribuir a un entorno más seguro. La proyección hacia el barrio es fundamental en el proyecto de Miguel Mederos, consciente de que son estos niños quienes pueden mejorarlo el día de mañana.

Al principio, una locura

De ser "cuatro señales mal puestas en un libro", la educación vial se convierte aquí en una materia práctica y viva. Que los alumnos preparen los materiales y enseñen a los demás es, al principio, "una locura", pero luego todo cambia: "Están más felices y las cosas son más sencillas".

Mederos no para. Las ideas lo desbordan. Prevé que los alumnos de otros centros acudan al colegio para participar en el proyecto, que también quiere abrir a otros colectivos, como asociaciones de discapacitados. Ha pensado, asimismo, en entregar a cada alumno del centro un carné por puntos. Quienes tengan un buen comportamiento conseguirán bonos para usar las bicicletas en los recreos. Los que las usen bien mantendrán los puntos y los que no tendrán la oportunidad de recuperarlos ayudando a sus compañeros.

Iniciativas como ésta -y como otras que se desarrollan en el colegio Montaña Pacho, relacionadas con el fomento de la lectura o los desayunos saludables- ayudan a que algunas de las situaciones negativas que tradicionalmente han afectado al centro se vayan solucionando poco a poco y que su imagen sea cada vez mejor.