TRIUNFÓ la esperanza de la izquierda moderada europea. La sonada victoria de Francois Hollande en las elecciones presidenciales francesas produce que los socialistas sueñen -pensando por supuesto en el bien de todos- con una pronta rectificación sustancial de las políticas de ajuste radical aplicadas desde Frankfurt. Aceptando casi por unanimidad la necesidad de recortes y austeridad, creen que las terapias han sido impuestas en arrebato fundamentalista por el eje "Mercozy", provocando el desolador panorama de contracción y desconfianza al que nos hemos precipitado en caída libre, en especial los periféricos y aun más los ultraperiféricos. Para ellos emerge el supernecesario contrapeso socialdemócrata que va a aportar lo que sería el rayo de luz que imprimirá color rojo en un mapa europeo donde el azul de los conservadores proyecta la sombra de la recesión.

"Junto a la consolidación fiscal, que es necesaria, la Unión Europea está ahora preparada para políticas de crecimiento, que es lo que el Parlamento Europeo ha estado reclamando desde hace mucho tiempo", asegura su presidente, Martin Schulz, que añade: "Ahora es tiempo de un cambio en la dirección de Europa", a lo que se suma, por ejemplo, la voz del presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso: "Compartimos la convicción de que debemos invertir en el crecimiento y las principales redes de infraestructuras, la movilización con más fuerza del Banco Europeo de Inversiones y los fondos disponibles en el presupuesto de la UE, manteniendo al mismo tiempo el camino de la consolidación fiscal y reducción de la deuda", proclama el político portugués.

Se detecta, pues, una significativa cantidad de políticos ansiosos, ilusionados e incluso especulando con la intención de que "el elegido" pueda enmendar el Pacto Fiscal que firmaron los jefes de Estado y de Gobierno de veinticinco países europeos el pasado febrero para incluir en él un mayor compromiso por la austeridad.

Pero "rien du tout". Los alemanes, los austriacos, los holandeses, los luxemburgueses... no quieren ni oír hablar de eurobonos, porque no están dispuestos todavía a avalar la deuda de los PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, Spain), que para ellos han despilfarrado y tienen que afrontar su merecida penitencia. Además, la mayor exposición de Francia a las economías vulnerables no las va a hacer palidecer en cuanto a su negra percepción sobre las iniciativas para el crecimiento que saben que Hollande, por la cuenta que le trae, va a intentar activar y ampliar urgentemente. La envidiada situación de los Estados centrales del Viejo Continente, con financiación a costos cercanos al cero patatero, puede exponerse demasiado si se dejan llevar por los manirrotos del Sur. Los planes para obtener moratorias para equilibrar sus cuentas públicas más allá de 2013, tal y como auspicia el galo (llevando su equilibrio presupuestario a 2017), están en principio fuera de lo que la teutona Angela Merkel, como cabeza visible de ese fundamentalismo fiscal que ha regido en Europa, va a digerir.

Habrá que negociar; seguramente, los bárbaros de la disciplina estarán dispuestos a ceder posiciones para la próxima cumbre, en la que ya de hecho pensaban dar un pasito en cuanto a las medidas de estímulo, aunque sin que podamos esperar los volantazos que con el aterrizaje en el Elíseo algunos vaticinaban.

Lo dejó grabado otro alemán, Friedrich Wilhelm Nietzsche, filósofo, poeta, músico y filólogo, considerado uno de los pensadores modernos más influyentes del siglo XIX: "La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre".

Y eso que en Alemania, donde no existe un salario mínimo a nivel nacional, con sueldos en algunos casos inferiores a un euro la hora, no es oro todo lo que reluce. Unos pocos se benefician, mientras la mayor parte de los salarios están estancados y muchos ciudadanos se encuentran con dificultades enormes para llegar a fin de mes, debido a las precarias condiciones laborales. Hay muy poco paro, 7%, pero por un lado están los gerentes, especialistas y miembros de la plantilla fija, que se benefician de la escasez de trabajadores preparados, y por otro aquella parte que puede ser usada según las necesidades y luego despedidos, con contratos temporales y a tiempo parcial. Muchas de estas personas trabajan fuera de los acuerdos de negociación colectiva, apunta Der Spiegel. Los datos muestran cómo el grupo de empleados con salarios más bajos creció tres veces más rápido que el resto entre 2005 y 2010.

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