PODRÍA sorprendernos que las críticas más ácidas contra la decisión de la presidenta argentina, Cristina Fernández, de apropiarse de YPF y dejar a Repsol en la luna de Valencia -o mirando para Taganana- hayan tenido mayor calado en los periódicos de su país que en los españoles. No hay, sin embargo, ningún motivo para tal asombro por algo que ya sentenció en su día Joaquín Bartrina: "Oyendo hablar a un hombre es fácil acertar donde vio la luz del sol. Si os alaba Inglaterra, será inglés, si os habla mal de Prusia, es un francés y si habla mal de España, es español". Pero dejemos el pasado. Conocer el pasado es importante para no repetir siempre los mismos errores, nadie puede negarlo, aunque tampoco está de más centrarnos en lo que nos rodea ahora.

No es difícil, insisto, encontrar artículos en la prensa española sobre lo bien que ha hecho la presidenta Fernández dándole una patada a una empresa "expoliadora" como Repsol. Este mismo periódico publicaba ayer uno de tales textos. Como desde Einstein para acá la física -y con ella todo lo demás- ha perdido su carácter absolutista para convertirse en algo esencialmente relativo (somos más altos o más bajos en relación con la altura de otras personas, por ejemplo, no altos ni bajos sin más), cabe pensar que si Repsol estaba saqueando a los argentinos es porque existen otras empresas suceptibles de ofertarles un trato económicamente menos salvaje. Capaces, verbigracia, de venderles a mejor precio el gas natural que la petrolera española va a dejar de suministrarle por razones obvias. ¿Que Repsol no nos vende gas? ¿Y qué más da? Como si no existiesen otras compañías. Por supuesto que las hay. Al igual que también están vigentes los precios de mercado. Por ello a partir de ahora los argentinos tendrán que pagar un 31 por ciento más por el gas natural que necesitan importar de inmediato ante la proximidad del invierno austral. Gas que les van a suministrar empresas más "humanitarias" que Repsol, naturalmente que sí, como lo son el grupo italiano ENI, la compañía británica British Petroleum y la brasileña Petrobas. Le queda al Gobierno argentino la opción de comprarle gas natural a Bolivia, vecino continental y compañero de viaje en la aventura de las expropiaciones. El "pero" está que en ese caso dicho combustible no sería solo un 31% más caro, sino un 41% con respecto al que le suministraba Repsol. Ya sabemos que las comparaciones son lo que son, pero puestos a comparar abusos... En fin.

De lo anterior podemos sacar dos conclusiones. La primera es un toque de atención sobre la afición tan extendida a menospreciarnos gratuitamente. España es un país con problemas; negarlo sería negar la evidencia. Pero incluso al borde del deceso, lo cual no es el caso, siempre es mejor estar casi muerto que casi vivo. La segunda conclusión es que, en general, no tenemos malas empresas sino malos políticos. Gente a caballo entre la incapacidad y la indecencia. Digo esto porque no creo que a Cristina Fernández le importe demasiado que suba el gas un 31 por ciento, o lo que sea, cuando su fortuna familiar se ha multiplicado por nueve desde que su difunto esposo llegó a la presidencia del país. Todo ello para mayor gloria del populismo; la cara más corrompida de cualquier nacionalismo.

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