YA LO HE DICHO en otras ocasiones, pero no me canso de decirlo: a veces pienso que sería mejor vivir de espaldas a internet, incluso de los medios de comunicación, pues al adentrarse en las informaciones que nos ofrecen -no todas, por supuesto- se corre el peligro de que nos invada una depresión. Incluso cuando quiere uno informarse sobre ocio, cultura, deportes, etc., no puede evitar echarle un vistazo a esas noticias de última hora que se nos presentan remarcadas, con colores llamativos y en caracteres mayores que los normales, que nos informan sobre catástrofes, guerras, accidentes -en general, calamidades- capaces de cambiarnos el estado de ánimo. Y no es que haya más acontecimientos de este tipo ahora que antes, pero la inmediatez de internet nos hace pensar que han aumentado.

En España, la crisis, el cambio de gobierno, el problema de Contador, los avatares de la Liga de fútbol entre el Madrid y el Barcelona y otras muchas circunstancias cuya enumeración sería muy larga nos han mantenido alejados de un problema internacional cuya solución veo muy difícil; aunque estoy seguro de que al final los países implicados, por la parte que les toca, la encontrarán: me refiero al conflicto que se está cociendo en Oriente Medio, concretamente en el estrecho de Ormuz.

Este, para quienes no lo sepan, se encuentra a la salida del golfo Pérsico, con el cual tienen límites Irán, Irak, Kuwait, Arabia Saudita, Baréin, Catar, Emiratos Árabes y Omán, países que producen el 40% del petróleo que se consume en nuestro planeta. Resulta obvio decir que los petroleros que lo transportan han de cruzar el mencionado estrecho, que se ha convertido a lo largo de los últimos meses en un enclave crucial dominado por Irán. Este país, que desarrolla en la actualidad un programa para el aprovechamiento de la energía atómica, según sus dirigentes con fines pacíficos, se ha encontrado con el rechazo de los demás países que forman parte de ese exclusivo club porque no se fían de sus intenciones.

En la situación señalada, y siguiendo sus dictados, los organismos internacionales han decretado el embargo de los bienes de Irán en el extranjero, así como la prohibición de adquirir su petróleo -a partir del 1 de julio-, tras lo cual Irán ha amenazado con el cierre del estrecho de Ormuz, que domina desde su costa. ¿Cuál será el siguiente paso? La pregunta tiene su miga y, sin duda alguna, resulta difícil de contestar, aunque no hay que perder la esperanza en cuanto a la posibilidad de que los implicados en el asunto lleguen a un acuerdo para evitar el posible conflicto armado. Mientras tanto, buques de guerra de Estados Unidos, Reino Unido y Francia permanecen fondeados cerca del estrecho, a la espera de las órdenes de sus respectivos gobiernos, que solo Dios sabe cuáles serán.

Me decía un amigo hace algún tiempo que no debemos ser catastrofistas. El mundo es mundo, decía él, desde hace muchos siglos..., y sigue girando. Eso es verdad, nadie lo duda, ¿pero cuántas vidas humanas se han perdido, inútilmente, en esos giros? Porque conflictos ha habido siempre, eso lo sabemos todos, pero me da la impresión de que tan grave como este no lo hemos tenido desde hace algún tiempo; creo, tal y como he leído en internet, que desde la Segunda Guerra Mundial. Le vienen a uno a la memoria las guerras de las Malvinas, Kuwait, Irak, Afganistán, Kurdistán..., pero salta a la vista que son conflictos armados muy localizados, entre dos países, y casi siempre por motivos religiosos, de límites territoriales o de índole xenófoba, aunque luego hayan intervenido otros países interesados -a río revuelto, ganancia de pescadores-. Quiere ello decir que sus consecuencias no nos han afectado demasiado, no han variado sustancialmente nuestro modo de vida, pues no puede considerarse, por ejemplo, el encarecimiento de los carburantes como algo inasumible. Sin embargo, si el mundo civilizado deja de contar de pronto con el 40% del combustible que precisa para su desarrollo, ¿cuáles serán las consecuencias? Quizá no se noten excesivamente en los países que no dependen de ese tipo de energía, o que son productores de ella, pero ¿y los que no la tienen? ¿Permitirán los países industrializados europeos -Alemania, Italia, Francia, España...- que la situación llegue a esos extremos? Si fuera así, ¿por qué están esos buques de guerra patrullando el mencionado estrecho?

Respondiendo a la pregunta anterior -para no ser catastrofista, como decía mi amigo-, tengo la esperanza, como antes apunté, de que se llegue a un acuerdo entre las partes implicadas, puesto que el problema no es solo nuestro -es decir, de los compradores-, sino también de los países ribereños del golfo Pérsico, o sea, los vendedores. Poniendo el dedo en la llaga, ¿permitirán estos últimos que Irán impida el paso de su petróleo por el estrecho de Ormuz?

El alto nivel de vida de estos países está asentado en la exportación del petróleo que producen, así que no parece lógico pensar que se van a encoger de hombros. Es de esperar, para tranquilidad de todos, que sean ellos, como parte interesada, quienes convenzan al mandatario iraní para que desista en sus propósitos, pues está claro que los demás no van a convencerlo. Ni siquiera iniciando un conflicto armado, cuyas consecuencias podrían ser incalculables.