LOS ESTUDIANTES universitarios de Canarias no salieron ayer a la calle. Lo hicieron unos pocos. La Universidad de La Laguna tiene casi 25.000 alumnos y otros tantos la de Las Palmas. El hecho de que se hayan manifestado alrededor de 1.000 en Tenerife y 800 en Las Palmas eleva el volumen de la protesta a un exiguo cuatro por ciento en el mejor de los casos. Comprendo que algunos colegas magnifiquen las noticias porque de alguna forma hay que llenar los espacios informativos, ya sean estos las páginas de un periódico o las escaletas de un programa de radio o televisión. Yo mismo he pasado por esa experiencia, aunque eso es lo menos importante ante el cúmulo de problemas que padece la formación superior. Visto de otra forma, lo alarmante no es que ayer se hayan echado a la vía pública dos mil universitarios; lo preocupante es que hayan sido tan pocos los sumados a la protesta.

Los alumnos de La Laguna, de Las Palmas, de cualquier otra de las excesivas universidades españolas poseen sobrados motivos para quejarse. No porque les suban las tasas, que esa es otra, sino porque lleven tantos años engañándolos. ¿Quiénes los engañan? Todos. No solo los políticos; también sus profesores, los responsables electos de sus centros académicos y hasta sus propios padres, si bien estos últimos gozan del atenuante de que ellos mismos fueron engañados en su día. A todos les han inculcado -y todos han contribuido a inculcar- dos ideas perniciosas. La primera, entender la Universidad como la continuación del instituto; es decir, un espacio agrandado en el que expandir, ya sin el control paterno ni del profe de la ESO, toda la estupidez consustancial -y a pesar de ello, necesaria- a la adolescencia. La segunda, en parte corolario de la primera, esa creencia de que debe existir una Universidad no solo de libre acceso, sino también a la puerta de la casa de cada cual.

No sé cuáles de estos dos yerros resulta más dañino. Lo dije el otro día con motivo del asalto al Rectorado lagunero: hay muchísimos motivos para salir a la calle. ¿Las tasas? Por qué no. Vamos a las tasas si eso es lo que tanto preocupa. ¿Por qué no la gratuidad total? ¿Por qué no, dando un paso al límite, un salario por estudiar? Estudiantes remunerados con una única condición del rendimiento; como en cualquier empresa. Inclusive un estipendio básico para quienes aprueben raspadamente, un poco más para los que consigan el notable y lo máximo para quienes lleguen al sobresaliente. Naturalmente, el que suspenda la primera vez deja de cobrar y la segunda se va a la calle.

Utópicas ideas, sobra añadirlo. Un sistema así sería rechazado por los alumnos, por los profesores y hasta por los padres que se quejan mucho cuando sus hijos no abandonan el sofá familiar hasta los treinta y tantos, pero que ponen el grito en el cielo si levantan el vuelo apenas cumplidos los veinte. Los alumnos prefieren una Universidad gris en la que racanear hasta alcanzar la casi siempre, profesionalmente hablando, inservible licenciatura. Y los profesores, dejémonos de hipocresías, no están por perder el aforo en las aulas que justifica unas plantillas docentes tan generosas. La consecuencia es que solo uno de cada dos licenciados consigue trabajo en un tiempo razonable, pero por eso nadie sale a la calle.

rpeyt@yahoo.es