HOY vamos a hablar de cuevas, y no precisamente de las de Altamira, el Drac o las de Sacromonte. Se trata de una serie de cuevas que hubo, y de las que aún quedan vestigios, en la conocida montaña de Chayofita, en Los Cristianos.

En otro tiempo, la mayor parte de la superficie de esta localidad era de la propiedad de don Aquilino Domínguez Frías. Este señor, al parecer, nunca disfrutó de vínculos matrimoniales con ninguna mujer, pero sí que se le atribuían algunos hijos de los entonces llamados "naturales". Una sobrina de este buen señor fue la egregia dama doña María Amalia Frías Domínguez, dama que tanto nos ayudó en la fundación de la Cruz Roja Española de Los Cristianos (15-X-1967) y que se merece nuestro respetuoso recuerdo.

Doña María, según me cuentan, nunca quiso contraer matrimonio hasta que consideró que había llegado la edad correcta para tener hijos, ya que, al parecer, al darle a luz su madre esta falleció. Un buen día, doña María Amalia decide contraer matrimonio con un señor de la Península, don José Vicente Pérez de Valero, y no entro en más detalles en respeto a su memoria. Entonces las cosas cambiaron, en vida de don Aquilino, este había vendido varias cuevas de la ya citada montaña y solares. Pero he aquí lo curioso: aunque la llegada de un notario tardaría muchos años en producirse, don Aquilino no hacía escrituras a nadie, a pesar de que en todas las épocas se redactaban escrituras privadas firmando al menos dos testigos de la localidad.

Y así se fraguó lo que vendría más tarde. A la llegada del señor Pérez de Valero, este comenzó a denunciar a los dueños legítimos de esas cuevas y terrenos, y de esto soy testigo de excepción, pues yo, en mi período de mandato como juez de paz titular de Arona (1962-1966), presidí múltiples actos de conciliación, y vi a más de un pobre viejecito llorar y repetir hasta la saciedad que él había pagado a don Aquilino el importe de esas tierras. A mi juicio, la conducta de un auténtico señor feudal.

Este relato pretende, dentro del máximo respeto, rescatar la memoria de los que ya se fueron por una vereda sin retorno, los personajes que habitaron en la montaña de Chayofita y que yo traté y les di mi amistad. Eduardo Mesa, conocido por "Ramón Pino", y que colaboró conmigo en la Cruz Roja, y su esposa, María Hernández Santos. A Luis Domínguez de León, conocido por "el de las cuevas", era un hombre inteligente, sabio y ocurrente, muy grata su memoria. La pareja compuesta por Juan Sánchez, uno de mis hombres de confianza en la Cruz Roja, y su esposa, Blanca. Y una pareja entrañable la compuesta por Juan Díaz Melo y Pilar Mora Cruz; de esta pareja guardo muy gratos recuerdos. Cuando él tenía encomendada tarea de jardinero municipal, en la época de la sequía llenaba en la plazoleta existente, frente a la casa de mis suegros, un bidón de doscientos litros de agua, que venía a paliar nuestras carencias. Un brindis al cielo para todos ellos.

Doña María Amalia fue, antes de todo, una mujer cristiana, bondadosa, generosa y caritativa. Fue sin duda el alma máter de la incipiente Cruz Roja, ya que aportó ayudas en metálico importantes y el uso de locales del edificio de apartamentos Santa Amalia. Al quitar el chalet del Mojón por necesidades del plan parcial de urbanización, se firmó un documento para en su día volver a manos de la Cruz Roja a perpetuidad. Lo que no sabemos es cuándo ocurrirá esto.

Está en posesión de las medallas de Plata y Oro de la Cruz Roja, como consecuencia de mi petición a la Asamblea Provincial. Como anecdótico, yo, que fui el creador de esta asamblea, no poseo distinciones, solo la Medalla de la Constancia, adquirida por Decreto-Ley durante el gobierno del general Primo de Rivera.

Pasa el tiempo y las secuelas de la etapa del tío de doña María Amalia se dejan sentir.

El ayuntamiento quiere construir una escuela, la primera de este tipo, ya que las anteriores eran en locales alquilados y don José V. Pérez de Valero se niega, por lo que es la expropiación la única salida. Yo, como juez de paz, estoy presente en el acto, siendo alcalde accidental don Antonio Domínguez Alfonso y secretario accidental don José D. Pérez Reverón. Tras este bien hacer de doña María Amalia, se organizó una sociedad en la sombra que ha hecho su agosto, y las personas que no tenían escritura pública (no fue el caso de mi familia) no caímos en la trampa bien urdida. Sin poderlo remediar, una vez más surgen en mi memoria las sabidas palabras de don Quijote: "Cosas veredes, amigo Sancho". Hasta la próxima.