HAN MUERTO en estos últimos días algunas personalidades del periodismo, de las letras y del sindicalismo. Primero fue César Fernández-Trujillo, luego don Marcos Guimerá y casi al mismo tiempo Justo Fernández. En dos de los tres funerales, un lector de epístolas inesperado: José Carlos Marrero, en funciones de acólito, leyendo la Carta a los Corintios. Ignorábamos la versatilidad oculta del pequeño gran monaguillo, quizá heredada de su trabajo en la COPE, que es la cadena de la Iglesia. De don Marcos hemos leído un sentido obituario en el ABC, muy bien escrito por Juan del Castillo, ilustre letrado orotavense (que fue repetido porque el duende de la imprenta, ya saben, trabucó la foto de don Marcos y colocó en su lugar a un señor desconocido); un artículo muy hermoso y sentido del doctor Alarcó, amigo de la familia, en este periódico. Y otra necrológica, en El País, de la pluma de Juanito Cruz. Fue don Marcos, sin duda, una figura señera en las letras de investigación. Un notario al que le gustaba más estudiar el pleito que redactar las escrituras.

Justo Fernández fue un personaje curioso, controvertido y difícil. Le molaba más el periodismo y el folloneo y la polémica que el sindicalismo. Aunque el sindicalismo también es folloneo y polémico. Tenía un corazón más grande que él y los dedos gastados de meter silicona en las cerraduras de las puertas de los bancos. Una vez montó un número porque un empresario le habría dado un sobre abultado, que él interpretó como un soborno; y no lo era: eran entradas para un concierto. Se trató de una trastada graciosa del empresario, un gordo listísimo. Justo jamás hubiera aceptado un soborno, pero el otro le jugó a la ambigüedad. Quedaron tan amigos.

César ha sido glosado en este periódico, pero hay que recordarlo como el hombre exacto en los escenarios. Jamás metía la pata. Hay una anécdota. Trabajando en el Leal lagunero, llegó tarde y aparcó el coche sobre la acera. Dejó un cartel: "Presentador trabajando en el escenario del teatro". Cuando salió encontró otro cartel, trabado en el parabrisas, más el fatídico papel amarillo de la multa: "Agente de la autoridad trabajando en la calle".

Muertes muy sentidas y muy difíciles de asimilar. La de don Marcos, por ley de la edad provecta. La de Justo por una dura enfermedad. La de César, más inesperada, aunque también sufría achaques que le impedían estar con los amigos.

Nos queda José Carlos Marrero, leyendo las epístolas. José María García va a todos los duelos, aunque no le duelan tanto. Yo, al menos, lo veo en la televisión. Hay gente más o menos funeraria que está en todas partes. Como Dios.